31 diciembre 2005

Saludos

Supongo (espero) que esta será la última entrada de este año; y supongo (espero) que durante enero no estaré prendido a la computadora sino, más bien, preocupado en otros menesteres menos urbanos.
Saludos a todos y Feliz...
Año Nuevo
a J. Piquet.

A las doce de la noche, por las puertas de la gloria
y al fulgor de perla y oro de una luz extraterrestre,
sale en hombros de cuatro ángeles, y en su silla gestatoria,
San Silvestre.

Más hermoso que un rey mago, lleva puesta la tiara,
de que son bellos diamantes Sirio, Arturo y Orión;
y el anillo de su diestra hecho cual si fuese para
Salomón.

Sus pies cubren los joyeles de la Osa adamantina,
y su capa raras piedras de una ilustre Visapur;
y colgada sobre el pecho resplandece la divina
Cruz del Sur.

Va el pontífice hacia Oriente; ¿va a encontrar el áureo barco
donde al brillo de la aurora viene en triunfo el rey Enero?
Ya la aljaba de Diciembre se fue toda por el arco
del Arquero.

A la orilla del abismo misterioso de lo Eterno
el inmenso Sagitario no se cansa de flechar;
le sustenta el frío Polo, lo corona el blanco Invierno
y le cubre los riñones el vellón azul del mar.

Cada flecha que dispara, cada flecha es una hora;
doce aljabas cada año para él trae el rey Enero;
en la sombra se destaca la figura vencedora
del Arquero.

Al redor de la figura del gigante se oye el vuelo
misterioso y fugitivo de las almas que se van,
y el ruido con que pasa por la bóveda del cielo
con sus alas membranosas el murciélago Satán.

San Silvestre, bajo el palio de un zodíaco de virtudes,
del celeste Vaticano se detiene en los umbrales
mientras himnos y motetes canta un coro de laúdes
inmortales.

Reza el santo y pontifica; y al mirar que viene el barco
donde en triunfo llega Enero,
ante Dios bendice al mundo; y su brazo abarca el arco
y el Arquero.
Rubén Darío

27 diciembre 2005

Nuevo

Nuevo comentario en Philobiblon.

Navidad en signo

Siempre me ha perturbado la alegoría de la historia de la Salvación y la eucaristía. Esto es central en el catolicismo, pero además (o precisamente por eso) en esos escasos minutos que le concede la liturgia de hoy a esta remembranza está, en cifra, toda la historia de Su entrega y sacrificio.
La historia de la salvación, resumida en unos instantes.
El nacimiento, en ese momento de entrega del pan y el vino, cuando el sacerdote los recibe en sus manos, frutos de la tierra, para, luego hacer de ellos (dejar que Él los haga) otra cosa.

En cierto sentido, el pan y el vino, son el cuerpo y la sangre de Cristo aún antes de la consagración: son su cuerpo y su sangre en signo; después lo serán en realidad, en presencia real.
Porque, antes de la milagrosa transformación, el pan significa (es signo, es decir, recuerda, remite, establece un vínculo con una realidad distinta a sí) el cuerpo de cristo en cuanto cuerpo terrestre: el trigo, cuerpo de la tierra. Y el vino significa (signo, signo) la sangre terrestre: la uva, vena de la tierra.
Trigo y uva; Pan y vino: elementos terrenales, con lo cuales se forma el Signo de Cristo.

Y luego viene el momento. El Sacrificio, la transformación. Transubstanciación.
Y el signo se confunde con lo significado (con lo Significado). Y se hacen uno.
El cuerpo y las venas de la tierra mueren. Y resucitan.
Resucitan en Otro.

Por eso, la navidad es la contextualización histórica de la eucaristía. En realidad debería decir que la eucaristía es la rememoración de aquel evento histórico-eterno de la Salvación; pero ese hecho minúsculamente milagroso de la eucaristía de todos los días es para mi vida más central, aunque sólo sea signo.
O precisamente porque es signo: estar en presencia de lo Significado sería demasiado para mí, flaquearía (y, ay, estoy seguro de que estaría allí, gritando ¡Crucifícalo, crucifícalo!).

El signo es más a mi pobre medida. Muestra y a la vez oculta.

Es lo admirable de la navidad, de aquel nacimiento. Más allá del nacimiento en sí, sorprende la circunstancia de que ese hecho fue reconocido por hombres que imagino iguales a mí (pastores y reyes, seres comunes; usuales, más bien).

Así es. Flaqueza humana, mi flaqueza. Insisto en ver, cada día, no lo significado sino el signo. Esto es, en cierta medida, bueno: tengo conciencia de que el signo es signo, que remite a algo distinto a él. Pero a lo Significado (quizás no sin cierta intención de mi parte) lo intuyo de lejos, entre nieblas, velado.

No resisto la tentación, día a día, de ver en el signo sólo pan, sólo vino.
Este pan que yo parto
Este pan que yo parto fue alguna vez avena,
este vino en un árbol extranjero
se zambulló en su fruta;
durante el día el hombre y por la noche el viento
segaron las cosechas, rompieron el gozo de la uva.

Alguna vez, en este vino, la sangre del verano
golpeteaba en la carne que vestía la viña,
un día en este pan
la avena al viento era alegría,
el hombre rompió el sol, abatió el viento.

Esta carne que partes, esta sangre a la que dejas
sembrar desolación entre las venas
fueron avena y uva
nacieron de la raíz sensual y de la savia;
mi vino que te bebes, el pan que me arrebatas.

Dylan Thomas
Esta es una lectura de esta poesía de Dylan Thomas, hay en ella evidentemente una visión terrenal de la eucaristía, claramente evocada en las figuras del pan partido y del vino como sangre. Pero esta supuesta "mundanización" del símbolo eucarístico no le hace perder su potencia evocadora, su fuerza.
Por eso siempre he querido ver en ella una poesía en cierto sentido eucarística. Es el hombre que le habla en ella a Dios y lo interpela por esa transformación del pan en Su carne y el vino en Su sangre: "mi vino que te bebes, el pan que me arrebatas".

¡Pero D. Thomas no quiso decir esto!.
Sí, es cierto, pero...

25 diciembre 2005

Ha nacido


La pena que la tierrra soportaba,
a causa del pecado, se ha trocado
en canto que brota jubiloso
en labios de María pronunciado.

El sí de las promesas ha llegado,
la alianza se cumple, poderosa,
el Verbo eterno de los cielos
con nuestra débil carne se desposa.

Misterio que sólo la fe alcanza,
María es nuevo templo de la gloria,
rocío matinal, nube que pasa,
luz nueva en presencia misteriosa.

A Dios sea la gloria eternamente,
al Hijo suyo amado Jesucristo,
que quiso nacer para nosotros
y darnos su Espíritu.

22 diciembre 2005

Mística, poesía y silencio

Algunos fragmentos de la sugerente entrevista publicada por Zenit a Teodoro Rubio Marín, ganador del Premio Mundial de Poesía Mística “Fernando Rielo”.

“El poeta trata de palpar el silencio en medio de la niebla, que es el mejor templo de la intimidad. La niebla es encarnadura de sueños y esperanzas y con ellos de verdades y destinos. Dios en la niebla, Dios en el silencio, Dios en el verso cincelado, Dios-Amor.

Y así llegamos desde la mística hasta la estética, desde la belleza al silencio, desde el grito herido a la intimidad ungida de ternura. El poeta sabe que la cumbre es ese rincón donde el amor revela todo y exige del silencio traducir su gozo.

...
La literatura, y en particular la poesía, es un medio para auscultar la voz interior del hombre y las cosas sintonizando la voz de Dios, su íntimo susurro, silente a veces. Es un medio para acercarse a los valores interiores, para emprender la búsqueda de estos valores permanentes (el amor, la empatía, la belleza, la paz, la verdad, la bondad) sintonizando lo originario, lo sagrado, el ritmo interior que se siente cuando captamos las armoniosas resonancias de la música que llevamos dentro.

Y es un medio para orar y alabar al Creador. La Iglesia está olvidando este medio tan fructífero de la palabra poética. El anterior Papa Juan Pablo II se dirigía a los poetas con este deseo:
«Que vuestros múltiples senderos, artistas del mundo, puedan conducir a todos hacia aquel Océano infinito de belleza donde el asombro se hace admiración, embriaguez, indecible alegría». Este es el reto de los que hemos recibido el don de la inspiración".

Podrían comentarse muchas cosas, muchas ideas que se esbozan: la palabra de Dios como silencio, la búsqueda del poeta de ese silencio “en medio de la niebla”, el “olvido” de la Iglesia de la poesía.
Pero no. Basta con lo dicho.

Va, eso sí, una poesía de Rubio:
Pleamares duraderas
Me hablas con esa misma dignidad
que invade el pensamiento la nostalgia,
con la misma insistencia que la mar
representa sus versos a la playa.

Me hablas y estoy ausente, tan ausente
que parezco invisible a nuestro tacto,
a aquella superficie de tus dedos
cóncavos, y al rumor de tus palabras.

Me hablas y, como rectas que se cruzan
componiendo cuadrículas de escarcha,
tu voz desaparece en remolinos
de impaciencia en el borde de las almas.

Me hablas como un candil nos ilumina
el oscuro silencio de una plaza,
y la espesura igual que enredadera
entrelaza en paredes la esperanza.

Me hablas en este bosque fatigado
con monótonas ramas. Y me hieres
con esas pleamares duraderas,
me hieres con tu vuelo de calandria.

Pero profundamente estoy despierto
para abrirte de nuevo mis entrañas.

Dame el olvido, amor, y no golpees
tantas veces mi orilla con tus aguas.

21 diciembre 2005

Paraná (III)


Gracias a la observación de Juan Ignacio y la guía. Conocía la canción pero no había reparado en la letra. Maravillosa.

La combinación de poesía y Paraná tiene un pasado ilustre: se le atribuye, nada más ni nada menos, que el haber bautizado a este país. Sí, “Argentina” es un nombre dado a estas tierras a partir de unos versos al Paraná.
Uno de los primeros poetas argentinos, Manuel José de Lavardén (1754-1809), escribió una famosa “Oda al Paraná” que menciona en sus últimas estrofas la palabra “argentina”.
Según se dice, la expresión gustó y cundió (algunos datos más, pueden verse acá).
Podríamos decir, haciendo un ejercicio de pensamiento casi supersticioso, que esto no es casual. El Paraná es una suerte de “río fundacional” (ya se me ha pegado la pomposidad de Lavardén). Mucho de lo nuestro se ha construido a su alrededor.
Por lo menos a la literatura específicamente argentina le ha aportado mucho. Basta pensar en los impesionantes cuentos de Horacio Quiroga como, por ejemplo, el inolvidable “a la deriva”.
En fin. Copio la poesía:
Oda al majestuoso río del Paraná
del doctor don Manuel de Lavardén,
auditor de guerra del ejército reconquistador de Buenos Aires

Augusto Paraná, sagrado río,
primogénito ilustre del Océano,
que en el carro de nácar refulgente,
tirado de caimanes, recamados
de verde y oro, vas de clima en clima,
de región en región, vertiendo franco
suave verdor y pródiga abundancia,
tan grato al portugués como al hispano:
si el aspecto sañudo de Mavorte,
si de Albión los insultos temerarios
asombrando tu cándido carácter,
retroceder te hicieron asustado
a la gruta distante, que decoran
perlas nevadas, ígneos topacios,
y en que tienes volcada la urna de oro
de ondas de plata siempre rebosando;
si las sencillas ninfas argentinas
contigo temerosas profugaron,
y el peine de carey allí escondieron,
con que pulsan y sacan sones blandos
en liras de cristal, de cuerdas de oro,
que os envidian las deas del Parnaso;
desciende ya, dejando la corona
de juncos retorcidos, y dejando
la banda de silvestre camalote,
pues que ya el ardimiento provocado
del heroico español, cambiando el oro
por el bronce marcial, te allana el paso,
y para el arduo, intrépido combate
Carlos presta el valor, Jove los rayos.
Cerquen tu augusta frente alegres lirios
y coronen la popa de tu carro;
las ninfas te acompañen adornadas
de guirnaldas, de aromas y amaranto;
y altos himnos entonen, con que avisen
tu tránsito a los dioses tributarios.
El Paraguay y el Uruguay lo sepan,
y se apresuren próvidos y urbanos
a salirte al camino, y a porfía,
te paren en distancia los caballos
que del mar patagónico trajeron,
los que ya zambullendo, ya nadando,
ostentan su vigor, que, mientras llegan,
lindos céfiros tengan enfrenado.
Baja con majestad, reconociendo
de tus playas los bosques y los antros.
Extiéndete anchuroso, y tus vertientes,
dando socorros a sedientos campos,
dan idea cabal de tu grandeza.
No quede seno que a tu excelsa mano
deudor no se confiese. Tú las sales
derrites, y tú elevas los extractos
de fecundos aceites; tú introduces
el humor nutritivo, y suavizando
el árido terrón, haces que admita
de calor y humedad fermentos caros.
Ceres de confesar no se desdeña
que a tu grandeza debe sus ornatos.
No el ronco caracol, la cornucopia,
sirviendo de clarín, venga anunciando
tu llegada feliz. Acá tus hijos,
hijos en que te gozas, y que a cargo
pusiste de unos genios tutelares
que por divisa la bondad tomaron,
céfiros halagüeños por honrarte
bullen y te preparan sin descanso
perfumados altares en que brilla
la industria popular, triunfales arcos
en que las artes liberales lucen,
y enjambre vistosísimo de naos
de incorruptible leño, que es don tuyo,
con banderolas de colores varios
aguardándote está. Tú con la pala
de plata, las arenas dispersando,
su curso facilita. La gran corte
en grande escala espera. Ya los sabios,
de tu dichoso arribo se prometen
muchos conocimientos más exactos
de la admirable historia de tus reinos,
y los laureados jóvenes, con cantos
dulcísimos de pura poesía,
que tus melifluas ninfas enseñaron,
aspiran a grabar tu excelso nombre
para siempre del Pindo en los peñascos,
donde de hoy más se canten tus virtudes
y no las iras del furioso Janto.
Ven, sacro río, para dar impulso
al inspirado ardor: bajo tu amparo
corran, como tus aguas, nuestros versos.
No quedarás sin premio (¡premio santo!).
Llevarás guarnecidos de diamantes
y de rojos rubíes, dos retratos,
dos rostros divinales que conmueven:
uno de Luisa es, otro, de Carlos.
Ves ahí, que tan magnífico ornamento
transformará en un templo tu palacio;
ves ahí para las ninfas argentinas,
y dulce cantar, asuntos gratos.

Fuente: La lira argentina , Buenos Aires, Biblioteca de Mayo, Senado de la Nación, 1960, t.VI.

20 diciembre 2005

Otra vez: de ríos y mares

Y ya a esta altura del año las ansías de irse no se sacian con un fin de semana y, mucho menos, con un domingo.
Por esto, lo reafirmo: en lugar del Atlántico, el Paraná.
El Paraná en una Zamba
(Jaime Dávalos)

Brazo de la luna que bajo el sol
el cielo y el agua rejuntará
hijo de las cumbres y de la selva
que extenso y dulce recibe el mar.

Sangra en tus riberas el ceibo en flor
y la pampa verde llega a beber
en tu cuerpo lacio donde el verano
despeña toros de barro y miel.

Mojan las guitarras tu corazón
que por los trigales ondulará,
traen desde el norte frutal la zamba
y a tus orillas la dejarán,
para que su voz enamorada de la luz carnal
arome tus mujeres, Paraná.

En campos de lino recobrarás
el cielo que buscas en la extensión,
padre de las frutas y las maderas
florece en deltas tu corazón.

Verde en el origen, recorrerás
turbio de trabajo la noche azul
y desde la luna, como un camino,
vendrá tu brillo quebrando luz.

Mojan las guitarras tu corazón
que por los trigales ondulará,
traen desde el norte frutal la zamba
y a tus orillas la dejarán,
para que su voz enamorada de la luz carnal
arome tus mujeres, Paraná.
Sin demasiado fundamento, tengo en más la “marinería” de río que la del mar. Claro, la del mar tiene mejor propaganda, mas literatura. Hablar del mar es evocación de viajes interminables, de distancias enormes, de tierras lejanas.
El río en cambio, mas prosaico, mas casero, habla de aventuras íntimas, de introspección, de jornadas fugaces e intensas.
Por eso, con orgullo, al capitán, le opongo el jangadero; al navío, la canoa; a las olas, las corrientes.
Alguna vez alguien debería intentar una reflexión sobre la Argentina y sus ríos. La Argentina está transida de ríos. Y no lo digo en el sentido geográfico, aunque esto también es cierto. Lo pienso en sentido sociológico, histórico. Espiritual, casi.
Piensen en la fuerte significación que es para el argentino hablar de “al sur del Río Colorado”, “cruzando el Río Negro” (la inmensa Patagonia, las tierras nuevas) o para el porteño el Riachuelo (la cifra de la porteñidad, la inmigración).
Y el Río de la Plata. Y el Delta. Y el Pilcomayo. Y el Uruguay. Y... y el Paraná, por supuesto.
Si es cierto que al hombre lo constituye su paisaje, quizás tengamos forma fluvial. Nuestra historia es una historia de puertos, de puertos antagónicos.
Pero de puertos de río, no de mar.

17 diciembre 2005

De lugares y estaciones

Si estoy acá escribiendo, es que no estoy donde me gustaría estar. Es sábado. Un luminoso sábado de diciembre.
Y estoy acá, metido en un lugar cualquiera de esta ciudad. Buenos Aires no está hecha para diciembre.
Más allá de su febril inquietud (“hormiguero pateado”, le decía Andrés Chazarreta), en este mes se pone absolutamente insoportable. Húmeda, calurosa, se despereza con irritación y se aburre.
Ya pasó la primavera (Buenos Aires es una ciudad de primavera: esa es su estación), ya se cayeron las flores del jacarandá. Buenos Aires ya dio todo lo que tiene para dar.


En lo que a ella respecta, el año terminó. Y eso la irrita.

Y ahora hay que mirar para otro lado, hay que escaparle a Buenos Aires. Nada peor que una mujer (Buenos Aires es mujer, su alma es femenina) que ha agotado sus bellezas, y lo sabe. Descargará su frustración contra todo el que se encuentre a su alcance.

¿Y adonde hay que mirar? ¿Podría elegir esto?:




Ud. haga lo que quiera: “sobre gustos no hay nada escrito”, dicen. Pero en lo que a mí se refiere, ni por asomo me verán por esos lados: esgrimo casi como un trofeo, como una hazaña épica y un acto heroico mis años sin ir a la playa.

¿Adónde iría?. Acá:

Canción de verano y remo (Aníbal Sampayo Arrastue)
Con un torrente gris de paloma
y una canción de verano y remo,
como una lluvia de sol y arena
se va la tarde, novia del tiempo.

Ya mi leñita se vino agreste
de tus racimos nácar y miel.
Todo el paisaje me huele a verde
crecen mis venas, hierve tu piel.

(Estribillo)
Cintura de arena, azul pentagrama,
distancia y camino, sonora es el agua.
Llévame contigo donde nace el mar
y la luna muere mojando el trigal

Un cielo rosa flecha las lunas
su cruz en vuelo tiende el biguá
y el río estira su piel lobuna
bajo un diciembre tibio y frutal.

Pasa entre juncos la enorme boa
mordiendo el verde arrullo del viento.
Un cisne oscuro, lenta canoa,
con un adiós de verano y remo.

Sí, al Paraná.
Diciembre es el mes del Paraná. Le sienta bien diciembre, se siente cómodo, fuerte, despierto (el Paraná es hombre, su alma es viril).

El verano es su estación. Se despliega (lluvia de sol y arena), lento y marrón (piel lobuna), canta en sus orillas (cintura de arena, azul pentagrama), despliega sus insólitos cielos (flecha las lunas).

Creo que la mejor descripción del Paraná está en esta canción: su paisaje huele a verde.

14 diciembre 2005

Otra lectura.

Nueva entrada en Philobiblon.

Patrono de los poetas

Hoy es San Juan de la Cruz, patrono de los poetas. Se puede ver aquí una brevísima biografía y aquí una cronología de su vida.

Y como este blog anda en el “negocio” de la poesía, no puedo menos que recordarlo.

Y como este blog está pensado para quien gusta de la poesía y, por tanto, para quien es poeta (aunque mas no sea en potencia), nada mejor que recordarlo con su poesía.

Y en especial, con esta “Glosa a lo divino”, que bien podría llamarse “Advertencia para poetas”.

Por toda la hermosura
nunca yo me perderé,
sino por un no sé qué
que se alcanza por ventura.

Sabor de bien que es finito,
lo más que puede llegar
es cansar el apetito
y estragar el paladar;
y así, por toda dulzura
nunca yo me perderé,
sino por un no sé qué
que se halla por ventura.

El corazón generoso
nunca cura de parar
donde se puede pasar,
sino en más dificultoso;
nada le causa hartura,
y sube tanto su fe,
que gusta de un no sé qué
que se halla por ventura.

El que de amor adolece,
del divino ser tocado,
tiene el gusto tan trocado
que a los gustos desfallece;
como el que con calentura
fastidia el manjar que ve,
y apetece un no sé qué
que se halla por ventura.

No os maravilléis de aquesto
que el gusto se quede tal,
porque es la causa del mal
ajena de todo el resto;
y así toda criatura
enajenada se ve
y gusta de un no sé qué
que se halla por ventura.

Que estando la voluntad
de Divinidad tocada,
no puede quedar pagada
sino con Divinidad;
mas, por ser tal su hermosura
que sólo se ve por fe,
gústala en un no sé qué
que se halla por ventura.

Pues, de tal enamorado,
decidme si habréis dolor,
pues que no tiene sabor
entre todo lo criado;
solo, sin forma y figura,
sin hallar arrimo y pie,
gustando allá un no sé qué
que se halla por ventura.

No penséis que el interior,
que es de mucha más valía,
halla gozo y alegría
en lo que acá da sabor;
mas sobre toda hermosura,
y lo que es y será y fue,
gusta de allá un no sé qué
que se halla por ventura.

Más emplea su cuidado,
quien se quiere aventajar.
en lo que está por ganar
que en lo que tiene ganado;
y así, para más altura,
yo siempre me inclinaré
sobre todo a un no sé qué
que se halla por ventura.

Por lo que por el sentido
puede acá comprehenderse
y todo lo que entenderse,
aunque sea muy subido,
ni por gracia y hermosura
yo nunca me perderé,
sino por un no sé qué
que se halla por ventura.
Porque éste es el peligro, el gran riesgo de la búsqueda de la Verdad por la belleza, a través de la belleza: el instrumento es tentador, irresistiblemente apetecible: es un medio con “vocación de fin”.

La poesía es (¡ya lo dije tantas veces!) quizás la manera propicia para esta más cerca de la Belleza.
Y esto, que es su gran virtud, es también su perdición.
Porque si bien es el medio más adecuado para ese fin, este medio es por esencia insuficiente. La única manera de asir esa Belleza es “por un no se qué que se halla por ventura”; es decir, es algo que se le da al hombre gratuitamente, graciosamente. Nada puede hacer para alcanzarlo.

Salvo rezar y ponerse “en posición” de recibir la percepción de la Belleza.

Y para ello: poesía.

13 diciembre 2005

Blanca

Estamos a fin de año. Tiempo de recuentos, de balances, de mirar atrás. Y como tengo tiempo, esto es lo que hice con Cuaderna.
Y encontré (me rememoré) esta entrada.
Y como mi mente anda ociosa y divagante se me dio por pensar algo impensable: ¿Por qué blanco?; ¿Por qué no negro, o azul?; ¿Por qué no celeste?...

Esta identificación entre colores y estados de cosas, entre colores y cualidades morales, entre colores y jerarquías del ser es un presupuesto sobre el que pocas veces uno se pregunta.
Ortega y Gasset, en alguno de sus escritos (no recuerdo en cuál) habla de la diferencia entre ideas y creencias. Las primeras son las que el hombre tiene, las segundas son aquellas en la que el hombre está. Por eso estas segundas difícilmente se las plantea, porque las presupone: constituyen el horizonte desde el cual mira todo los demás.
Y creo que esta relación entre colores y valores (o valoraciones) carga una noción maravillosa e inconmensurable (y por eso inasible: las cosas a las que menos prestamos atención son las infinitesimales, por su casi nula presencia y las gigantescas, porque nuestra vista no alcanza a abarcarlas).

Con los colores pasa algo así: tenemos la creencia arraigadísima de que los colores tiene un significado (¿cómo decirlo?) “humano” o “moral”.
Inmediatamente, sin pensarlo, identificamos, por ejemplo, el blanco con la pureza, el rosa con la femineidad, etcétera, etcétera. Y hay más. Cada uno puede hacer una larga lista.

Esto hace pensar, tomar conciencia cómo el hombre “carga” a la naturaleza de sentido.

El color es algo dado, algo que está allá afuera del hombre. Y el hombre lo toma, y no solo lo toma sino que lo significa, lo llena de sentido, de un sentido que es mayor al que la cosa puede dar de por sí.

El hombre “ampliando” las cosas, regalándoles un sentido mucho mas rico y completo del que tiene. Reinventando las cosas.

Y en el caso del color, reinventando la luz. O mejor, haciendo de la luz un instrumento.
Porque el color es luz, nada más. Y esta luz es, entones, un vehículo por el cual el hombre le agrega un sentido nuevo a las cosas

Somos creadores. Nuestra “imagen y semejanza” también comprende esta potestad:
Porque si es nuestra la luz, si podemos cargarle de sentido humano, nada escapa a nuestro poder. Todas las cosas reciben luz, a todo lo baña; poca o mucha, pero siempre algo.

Pero somos creaturas. Entonces, este poder nos ha sido dado. No es nuestro.
Y esa está nuestra limitación: los colores están ahí, en la naturaleza, no nos es dado cambiarlos, solo “significarlos”. Es decir, hacerlos signos de algo. Estamos sometidos a lo que los colores son en las cosas.

Y por eso, por ejemplo, el blanco es pureza. No porque los hombres lo hemos querido así. El blanco (esto es física básica) es la conjunción de todos los colores.

Es la visión unitiva de la luz.

Pero estos signos están muertos si alguien no los lee. Y para eso es preciso verlos, entenderlos.

Tener vista, tener ojos.

Hoy es Santa Lucía. Virgen y mártir. Patrona de los ojos, de la vista.
La historiografía cuenta que ofreció su virginidad, su pureza, a Cristo; y el hombre a quien estaba prometida, su futuro esposo, despechado lo denunció a las autoridades romanas. La torturaron para que abjure de su fe, le arrancaron lo ojos y luego la mataron.
Por proteger su pureza, perdió la vista. Ya había visto todo lo que tenía que ver, su vida estaba completa. Había entendido y, por eso, ofreció el sacrificio final.

Era blanca.

De blanco
¿Qué cosa más blanca que cándido lirio?
¿Qué cosa más pura que místico cirio?
¿Qué cosa más casta que tierno azahar?
¿Qué cosa mas virgen que leve neblina?
¿Qué cosa más santa que el ara divina
de gótico altar?

¡De blancas palomas el aire se puebla;
con túnica blanca, tejida de niebla,
se envuelve a lo lejos del feudal torreón;
erguida en el huerto la trémula acacia
al soplo del viento sacude con gracia
su níveo pompón!

¿No ves en el monte la nieve que albea?
La torre muy blanca domina la aldea,
las tiernas ovejas triscando se van,
de cisnes intactos el lago se llena,
columpia su copa la enhiesta azucena,
y su ánfora inmensa levanta el volcán.

Entremos al templo: la hostia fulgura;
de nieve parecen las canas del cura,
vestido con alba de lino sutil;
cien niñas hermosas ocupan las bancas,
y todas vestidas con túnicas blancas
en ramos ofrecen las flores de abril.

Subamos al coro: la virgen propicia
escucha los rezos de casta novicia,
y el cristo de mármol expira en la cruz;
sin mancha se yerguen las velas de cera;
de encaje es la tenue cortina ligera
que ya transparente del alba la luz.

Bajemos al campo: tumulto de plumas
parece el arroyo de blancas espumas
que quieren, cantando, correr y saltar;
la airosa mantilla de fresca neblina
terció la montaña: la vela latina
de barca ligera se pierde en el mar.

Ya salta del lecho la joven hermosa,
y el agua refresca sus hombros de diosa,
sus brazos ebúrneos, su cuello gentil;
cantando y risueña se ciñe la enagua
y trémulas brillan las gotas de agua
en su árabe peine de blanco marfil.

¡Oh mármol! ¡Oh nieve! ¡Oh inmensa blancura
que esparces doquiera tu casta hermosura!
¡Oh tímida virgen! ¡Oh casta vestal!
Tú estás en la estatua de eterna belleza,
de hábito blanco nació la pureza,
¡al ángel das alas, sudario al mortal!

Tú cubres al niño que llega a la vida,
coronas las sienes de fiel prometida,
al paje revistes de rico tisú.
¡Qué blancos son, reinas, los mantos de armiño!
¡Qué blanca es, oh madres, la cuna del niño!
¡Qué blanca, mi amada, qué blanca eres tú!


Manuel Gutierrez Nájera

12 diciembre 2005

La guadalupana

A la Virgen de Guadalupe
Teresita Vázquez

Es la Virgen que vigila
Ese mar embravecido,
Le rezan los mexicanos
Con amor y con cariño.

Pues hasta cantares tiene
Llega hasta el corazón,
Porque les sale del alma,
México lindo y querido.

Quien pudiera estar ahí,
Conocer tus bellas playas
Que tan bonitas tu tienes,
Y que tienen tanta fama.

Eres la envidia del mundo
pues mejores no las hay,
Hay tantas para nombrar
Que yo no terminaría.

Pero lo que más admiro
Es La Virgen que vigila,
Los barcos que van entrando
En esa hermosa bahía.

Es tan hermosa esa Virgen
Y por muy alta que esté,
La quieren los mexicanos
Y el mundo entero también.



A la Virgen de Guadalupe
María Sánchez Fernández

Allá en el campo abierto,
entre la blanda tierra que la acuna
surge como una espiga
quebrada de su tallo.

¡Es tan pequeña y grácil!
¡Tan oscuro su rostro campesino!
¡Tan honda la expresión de su mirada
que dice amores, como amores pide!

El cielo se derrama en mil destellos.
La tierra se desborda de rocíos
y ella espera al amor, y el amor llega
en forma de unas manos agrietadas
por perfumes de surcos y terrones.

Y esas manos, con mimo la levantan,
con mimo la acarician
hasta hacerse tan suaves como rosas.

¡El campesino Juan!
¡Bendito entre benditos!,
la lleva entre temblores de alborozo
al regazo sagrado de su hogar.

Y su hogar se hace grande como un pueblo.
Y ese pueblo la aclama, la recibe
y en dulzuras de frutos y de mieles
le dice: ¡Madre nuestra!,
le dice: ¡Reina nuestra!

Y una sonrisa dulce,
de espiga coronada,
se desborda con olas de ternura
en los campos de soles incendiados.

Y allí funda su Reino,
entre jaras y cantos de chicharras.
Entre mieses y ramos de aceitunas.

Y el pueblo la idolatra, la visita.
Y ella visita al pueblo, que es su pueblo,
derramando mil gracias y dulzuras,
mientras el Gavellar se queda solo
anhelando el regreso de su espiga.

del Pregón Oficial de la Romería de Ntra. Sra. de Guadalupe -Úbeda

10 diciembre 2005

Literatura y realidad

Toda la creación mítica (“literatura fantástica”, prefiere el mundo moderno) gusta poner en especies o personajes ciertas características que, referencialmente, señalan a los seres humanos y a sus defectos y virtudes.
Todos sabemos que la mitología asigna a los dioses, a imitación de los hombres, bondades y maldades que en nada afectan su condición divina sino que, de alguna manera, la reafirman. Los caprichos de los dioses para obtener tal o cual cosa son una confirmación de su poderío invencible, e irresistible... salvo por un par, es deicir, otro dios.

Pero, además, hay otra condición que hace de esta poesía y esta prosa infinitamente rica.
A diferencia de nuestra cultura maniquea actual, la mitología se resiste a clasificar a los seres en “buenos” y “malos”. Existen, así, brujas buenas (magia blanca) y brujas malas (magia negra); enanos avariciosos y malignos o enanos bondadosos y sacrificados. Gigantes amables y serviciales o ogros despiadados.
Esto le agrega a la literatura mítica un elemento sorpresa: no sabemos, al introducirse un nuevo ser, un nuevo personaje, en un relato si será “bueno” o “malo”. Es cierto, en realidad sí lo sabemos, pero este dato no se desprende del relato mismo sino que es algo que “traemos” nosotros, de nuestro conocimiento previo, de oídas, de quien es quien en la mitología.

Por eso siempre me encantó una escena de una (ya) vieja película, “Laberinto”: la protagonista, una niña, se encuentra en la entrada del laberinto con un enano que está fumigando un cantero de flores, alrededor del que revolotean hadas, pequeñas hadas blancas con alas doradas. La niña, por supuesto, se lo recrimina y recoge con sus manos, entre lamentos, una de ellas que se retuerce en el suelo. De pronto, pega un grito y la arroja lejos: “¡me mordió!”, dice, sorprendido; “por supuesto”, le contesta el enano “¿qué esperabas que hiciera un hada?”.
Esta es la sensación cuando leemos este tipo de literatura: no podemos dar nada por supuesto; ni siquiera la identidad de los mismos personajes fantásticos de los que se hace uso en estos relatos. Bien podemos encontrarnos con un dragon bueno y un elfo malvado.
Esto es, también, lo que ha captado maravillosamente Tolkien o C.S. Lewis.

Esta incertidumbre originaria sobre el carácter moral de los personajes es lo que hace a la literatura mítica y épica especialmente atractiva.

Y, además, es una manera de mostrar el mundo, desde un prisma absolutamente inesperado: nos puede sorprender leer sobre un hada, o un fauno, o un ogro; pero nos sorprende mas que el encuentro con esa “persona” sea tan parecido al encuentro que podríamos tener con cualquier ser humano en la calle.
No porque efectivamente nos podemos encontrar con un hada o un fauno en la calle, sino porque las personas, los seres humanos comunes y corrientes con los que nos topamos a diario esconden, quizás, infinitas riquezas y pobrezas por descubrir.
Entonces, vemos que esta característica tiene una interpretación alegórica, nos habla de nuestra propia existencia.

Podría caer aquí en el muy lugar común, tan caro a nuestra sociedad actual de “la apariencia no es lo que importa” o frases similares (que se resumen en el muy ambiguo “no discriminar”). Pero no.

Lo que se quiere decir con esto es que lo sensible, lo que aprehendemos con nuestros sentidos, no agota el mundo. De hecho, esto mismo (esta bondad, esta maldad, este vicio, esta virtud), se nos dice, puede revestir infinitas formas externas. Y, por eso, estas formas son superfluas. Cáscara.

Lo que importa está detrás, oculto, insinuado. “Lo esencial es invisible a los ojos”, le enseña el zorro (¡un zorro!: ¿no era este animal la imagen del ser ladino y astuto?) al Principito.

Lo importante es no agotar la búsqueda; no conformarnos con lo que vemos por mas bello y agradable que sea. Podemos caer en un engaño.

A esto, creo, se refiere Pemán en esta poesía.

Entre los geranios rosas
¡Entre los geranios rosas,
una mariposa blanca!

Así me gritó la niña,
la de las trenzas doradas:
-corre a verla, corre a verla,
que se te escapa.

Por los caminos regados
del oro nuevo del alba,
corrí a los geranios rosas,
¡y ya no estaba!

Volví entonces a la niña,
la de las trenzas doradas.
«No estaba ya», iba a decirle.
pero ella tampoco estaba.
A lo lejos, ya muy lejos,
se oían sus carcajadas.

Ni ella ni la mariposa;
todo fue una linda trama.

El jardín se quedó triste
en la alegría del alba,
y yo solo por la sola,
calle de acacias.

Y esto fue mi vida toda:
una voz que engañó el alma,
un correr inútilmente,
una inútil esperanza...

¡Entre los geranios rosas,
una mariposa blanca!

08 diciembre 2005

Ego sunt inmaculata conceptio


No se qué grado de veracidad tiene esto, lo “pesqué” en internet.

Poesía de un endemoniado
Obligado en exorcismo a reconocer la Inmaculada Concepción

En 1823 en Ariano de Puglia, provincia de Avellino (Italia), un niño de doce años, analfabeto, fue poseído por el demonio. Después de un largo camino, se recurrió a los exorcismos.

Dos célebres predicadores, los padres dominicos Gassiti y Pignataro, que se encontraban en el pueblo para una misión parroquial, le ordenaron a satanás, en nombre de Dios, probar teológicamente, con un soneto de rimas obligadas, la Inmaculada Concepción de la Virgen, cuestión muy debatida en esos tiempos.

El pequeño endemoniado pronunció el siguiente soneto:

Verdadera madre soy yo de un Dios que es Hijo
y soy su hija, aunque también su madre;
ab eterno nació él y es mi hijo,
en el tiempo nací yo, pero le soy madre.

El es mi creador y es mi hijo
soy su criatura y le soy madre;
fue prodigio divino el ser mi hijo
un Dios eterno, que me tiene por madre.

El ser casi es común entre madre e hijo
porque el ser del hijo tuvo la madre
y el ser de la madre tuvo también el hijo.

Pues si el ser del hijo tuvo la madre,
o se dirá que fue manchado el hijo
o sin mancha tiene que ser la madre.

Treinta años después, en 1854, Pío IX promulgaba solemnemente el dogma de la inmaculada Concepción.

En el mismo año le presentaron al "Pontífice de la Inmaculada" el soneto improvisado... en el infierno en honor de María. Quedó conmovido y maravillado por los versos tan teológicamente exactos, compuestos por el singular poeta.

* * * * *
Tomado de la revista "El amigo del pueblo" (Chieti, 1, 1949, XXXIV, 3; cfr también "La voz de Pío IX", Roma, 1, 1955, II, 12).
La traducción al español quita algo de estilo a la poesía original en lengua italiana.

07 diciembre 2005

Ajedrez


Ajedrez
I
En su grave rincón, los jugadores
Rigen las lentas piezas.
El tablero
Los demora hasta el alba en su severo
Ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
Las formas: torre homérica, ligero
Caballo, armada reina, rey postrero,
Oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
Cuando el tiempo los haya consumido,
Ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
Reina, torre directa y peón ladino
Sobre lo negro y blanco del camino
Buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
Del jugador gobierna su destino,
No saben que un rigor adamantino
Sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(La sentencia es de Omar) de otro tablero
De negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
De polvo y tiempo y sueño y agonías?.

Jorge Luis Borges

El juego es fácil; pero vale la pena. Y no estoy hablando de ajedrez (¿o sí?) sino de la insinuación de que el ajedrez es una extensión del mundo y que nosotros somos las piezas, marionetas de un Dios lúdico quien, a su vez, es objeto de otro Dios. Y así al infinito.
Típico escepticismo borgiano (seguramente, dos páginas más adelante, lo veremos afirmando la absoluta libertad irrestricta del hombre).
Pero impresiona la imagen: el ajedrez como mundo.
Porque en cierto sentido es así, en algún lugar, respecto a algunas circunstancias, somos piezas.
Piezas en nuestros puestos de trabajos, laborando para un objeto u objetivo que nos excede; piezas en la relación con nuestros prójimos, a quienes involuntariamente (o no) influimos y afectamos; piezas en nuestras naciones, aportando nuestro afán para un proyecto mucho mas antiguo y mas perdurable que nuestras vidas; piezas en la Historia, no la de los aconteceres humanos sino aquella delineada desde la eternidad y que, al igual que el ajedrez, es una gran batalla.

Sí, sí; que la libertad, que la omnisciencia divina, que la jerarquía espiritual del hombre, que el libre albedrío. Sí, sí entiendo.

Pero somos piezas.

O al menos, deberíamos proponernos ser piezas.

Es que no es el problema ser instrumento de otro, especialmente si ese otro es el Otro.

El problema es dónde vamos a ubicarnos, de qué lado. Si el combate que vamos a luchar es el Buen Combate. Y si vamos a ocupar el lugar de un peón, de un alfil, de una torre, de un rey...

Curiosa analogía. También en el ajedrez de esta vida todos somos peones con vocación de reina.

La lucha está en llegar al final del tablero.

05 diciembre 2005

Cartografía y poesía

Un tema con el cual alguna vez he especulado (conversación de fin de semana, de tardes ociosas) es la poesía descriptiva, paisajística y su condición de “espejo moral”.
No es fácil de explicar pero la idea es la siguiente: las mas maravillosas descripciones poéticas de paisaje y lugares, extraen eso maravilloso e inigualable del lugar descripto. Lo que lo hace diferente es que, en realidad, el poeta no está “dibujando” un paisaje sino su propia alma.
Discusión ociosa. Pero que, bien mirada, puede tener alguna repercusiones interesante; en especial en lo que a este blog se refiere.

Es que Cuaderna está creado sobre la base de una intuición fundamental (¿ya lo he dicho?): que la mejor manera de describir y entender al mundo es en modus poético. Esto es, la poesía es la única (¿exagero?) manera para hablar del mundo en toda su dimensión y profundidad.

El modo de acercarse más “cerca” a la Verdad es a través de la poesía.

Por eso este blog. Este blog parte, si se quiere, de un dogma que considero incontrovertible: existe en la poesía, en la labor de los poetas, una explicación para todo.
Desde la poesía es posible iluminar todas cuestión, toda discusión, todo problema, toda explicación.

¿Por qué?. Bueno, esto merecería una larga explicación que, quizás, intente en otra oportunidad.

Pero volvamos al principio: toda descripción poética es, en última instancia, un relato sobre un estado del alma.
Tomemos, por ejemplo, ésta de Leopoldo Lugones.

Salmo pluvial
Tormenta:
Érase una caverna de agua sombría el cielo;
El trueno, a la distancia, rodaba su peñón;
Y una remota brisa de conturbado vuelo,
Se acidulaba en tenue frescura de limón.

Como caliente polen exhaló el campo seco
Un relente de trébol lo que empezó a llover.
Bajo la lenta sombra, colgada en denso fleco,
Se vio el cardal con vívidos azules florecer.

Una fulmínea verga rompió el aire al soslayo;
Sobre la tierra atónita cruzó un pavor mortal,
y el firmamento entero se derrumbó en un rayo,
Como un inmenso techo de hierro y de cristal.

Lluvia:
Y un mimbreral vibrante fue el chubasco resuelto
Que plantaba sus líquidas varillas al trasluz,
O en pajonales de agua se espesaba revuelto,
Descerrajando al paso su pródigo arcabuz.
Saltó la alegre lluvia por taludes y cauces;
Descolgó del tejado sonoro caracol;
y luego, allá a lo lejos, se desnudó en los sauces.
Transparente y dorada bajo un rayo de sol.

Calma:
Delicias de los árboles que abrevó el aguacero.
Delicia de los gárrulos raudales en desliz.
Cristalina delicia del trino del jilguero.
Delicia serenísima de la tarde feliz.

Plenitud:
El cerro azul estaba fragante de romero,
y en los profundos campos silbaba la perdiz.
Esta poesía tiene un tono, un ritmo. Uno se contrae en la primera parte, se deshace en la segunda, se apacigua en la tercera y disfruta de la última.

Elegí esta poesía porque es especialmente vívida. El que haya conocido una serranía en la sierra cordobesa o catamarqueña sabe que la descripción es casi perfecta, que todos los sentidos están evocados en esta poesía. Se escucha, se palpa, se gusta y se oye tal como aquí se dice.

Pero pongamos por supuesto que no se está hablando de una tormenta, que esta poesía no es un relato de un período determinado de tiempo y lugar.

Pongamos por caso, para usar un ejemplo más bien simple, que está hablando de una duda.

Me asalta una duda sobre un tema; cualquier duda, cualquier tema. Tormenta.

Esa duda es importante para mi vida. Se derrama sobre todos mis presupuestos y creencias. Lluvia.

Y así sucesivamente.

Ahora, si esta es una lectura posible (¿lo es?).
¿Qué significa el trueno? ¿Qué significa la brisa con frescura de limón?.

En síntesis, ¿qué significan cada uno de los objetos que se mencionan?.

Yo encontré (inventé mas bien: encontrar es demasiado pretencioso) estas respuestas.

Hagan el intento. Vale la pena.

02 diciembre 2005

Otro deseo

Sí, otro más. Me asaltó, recién, una duda paralizante. Ahí va:
Deseo que las reflexiones de Ens sobre las despedidas no sean un preludio de su propia partida de este mundo bloguero.

Augurios

¿A quién se le ocurrió esta imbecilidad?.

Realmente hay que tener muchas ganas de gastar latex (¿o no?), dinero, tiempo, símbolos, armonía, seriedad, ideas, estrategias, paisaje, diálogo, mesura, convivencia, iconos, mensajes, votos, dignidad, ideología, sensatez, arenga, emblema, sobriedad, impuestos, coexistencia, estética, discursos, alegoría, tolerancia, belleza, comunicación, vista, progresismo y banderas por tan poca cosa.



¿Saben qué?. El genio al que se le ocurrió esta idea merecería:

Que los ruidos te perforen los dientes,
como una lima de dentista,
y la memoria se te llene de herrumbre,
de olores descompuestos y de palabras rotas.
Que te crezca, en cada uno de los poros,
una pata de araña;
que sólo puedas alimentarte de barajas usadas
y que el sueño te reduzca, como una aplanadora,
al espesor de tu retrato.
Que al salir a la calle,
hasta los faroles te corran a patadas;
que un fanatismo irresistible te obligue a prosternarte
ante los tachos de basura
y que todos los habitantes de la ciudad
te confundan con un madero.
Que cuando quieras decir: "Mi amor",
digas: "Pescado frito";
que tus manos intenten estrangularte a cada rato,
y que en vez de tirar el cigarrillo,
seas tú el que te arrojes en las salivaderas.
Que tu mujer te engañe hasta con los buzones;
que al acostarse junto a ti,
se metamorfosee en sanguijuela,
y que después de parir un cuervo,
alumbre una llave inglesa.
Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto,
para que los espejos, al mirarte,
se suiciden de repugnancia;
que tu único entretenimiento consista en instalarte
en la sala de espera de los dentistas,
disfrazado de cocodrilo,
y que te enamores, tan locamente,
de una caja de hierro,
que no puedas dejar, ni por un solo instante,
de lamerle la cerradura.

Oliverio Girondo