Navidad en signo
Siempre me ha perturbado la alegoría de la historia de la Salvación y la eucaristía. Esto es central en el catolicismo, pero además (o precisamente por eso) en esos escasos minutos que le concede la liturgia de hoy a esta remembranza está, en cifra, toda la historia de Su entrega y sacrificio.
La historia de la salvación, resumida en unos instantes.
El nacimiento, en ese momento de entrega del pan y el vino, cuando el sacerdote los recibe en sus manos, frutos de la tierra, para, luego hacer de ellos (dejar que Él los haga) otra cosa.
En cierto sentido, el pan y el vino, son el cuerpo y la sangre de Cristo aún antes de la consagración: son su cuerpo y su sangre en signo; después lo serán en realidad, en presencia real.
Porque, antes de la milagrosa transformación, el pan significa (es signo, es decir, recuerda, remite, establece un vínculo con una realidad distinta a sí) el cuerpo de cristo en cuanto cuerpo terrestre: el trigo, cuerpo de la tierra. Y el vino significa (signo, signo) la sangre terrestre: la uva, vena de la tierra.
Trigo y uva; Pan y vino: elementos terrenales, con lo cuales se forma el Signo de Cristo.
Y luego viene el momento. El Sacrificio, la transformación. Transubstanciación.
Y el signo se confunde con lo significado (con lo Significado). Y se hacen uno.
El cuerpo y las venas de la tierra mueren. Y resucitan.
Resucitan en Otro.
Por eso, la navidad es la contextualización histórica de la eucaristía. En realidad debería decir que la eucaristía es la rememoración de aquel evento histórico-eterno de la Salvación; pero ese hecho minúsculamente milagroso de la eucaristía de todos los días es para mi vida más central, aunque sólo sea signo.
O precisamente porque es signo: estar en presencia de lo Significado sería demasiado para mí, flaquearía (y, ay, estoy seguro de que estaría allí, gritando ¡Crucifícalo, crucifícalo!).
El signo es más a mi pobre medida. Muestra y a la vez oculta.
Es lo admirable de la navidad, de aquel nacimiento. Más allá del nacimiento en sí, sorprende la circunstancia de que ese hecho fue reconocido por hombres que imagino iguales a mí (pastores y reyes, seres comunes; usuales, más bien).
Así es. Flaqueza humana, mi flaqueza. Insisto en ver, cada día, no lo significado sino el signo. Esto es, en cierta medida, bueno: tengo conciencia de que el signo es signo, que remite a algo distinto a él. Pero a lo Significado (quizás no sin cierta intención de mi parte) lo intuyo de lejos, entre nieblas, velado.
No resisto la tentación, día a día, de ver en el signo sólo pan, sólo vino.
La historia de la salvación, resumida en unos instantes.
El nacimiento, en ese momento de entrega del pan y el vino, cuando el sacerdote los recibe en sus manos, frutos de la tierra, para, luego hacer de ellos (dejar que Él los haga) otra cosa.
En cierto sentido, el pan y el vino, son el cuerpo y la sangre de Cristo aún antes de la consagración: son su cuerpo y su sangre en signo; después lo serán en realidad, en presencia real.
Porque, antes de la milagrosa transformación, el pan significa (es signo, es decir, recuerda, remite, establece un vínculo con una realidad distinta a sí) el cuerpo de cristo en cuanto cuerpo terrestre: el trigo, cuerpo de la tierra. Y el vino significa (signo, signo) la sangre terrestre: la uva, vena de la tierra.
Trigo y uva; Pan y vino: elementos terrenales, con lo cuales se forma el Signo de Cristo.
Y luego viene el momento. El Sacrificio, la transformación. Transubstanciación.
Y el signo se confunde con lo significado (con lo Significado). Y se hacen uno.
El cuerpo y las venas de la tierra mueren. Y resucitan.
Resucitan en Otro.
Por eso, la navidad es la contextualización histórica de la eucaristía. En realidad debería decir que la eucaristía es la rememoración de aquel evento histórico-eterno de la Salvación; pero ese hecho minúsculamente milagroso de la eucaristía de todos los días es para mi vida más central, aunque sólo sea signo.
O precisamente porque es signo: estar en presencia de lo Significado sería demasiado para mí, flaquearía (y, ay, estoy seguro de que estaría allí, gritando ¡Crucifícalo, crucifícalo!).
El signo es más a mi pobre medida. Muestra y a la vez oculta.
Es lo admirable de la navidad, de aquel nacimiento. Más allá del nacimiento en sí, sorprende la circunstancia de que ese hecho fue reconocido por hombres que imagino iguales a mí (pastores y reyes, seres comunes; usuales, más bien).
Así es. Flaqueza humana, mi flaqueza. Insisto en ver, cada día, no lo significado sino el signo. Esto es, en cierta medida, bueno: tengo conciencia de que el signo es signo, que remite a algo distinto a él. Pero a lo Significado (quizás no sin cierta intención de mi parte) lo intuyo de lejos, entre nieblas, velado.
No resisto la tentación, día a día, de ver en el signo sólo pan, sólo vino.
Este pan que yo parto
Este pan que yo parto fue alguna vez avena,
este vino en un árbol extranjero
se zambulló en su fruta;
durante el día el hombre y por la noche el viento
segaron las cosechas, rompieron el gozo de la uva.
Alguna vez, en este vino, la sangre del verano
golpeteaba en la carne que vestía la viña,
un día en este pan
la avena al viento era alegría,
el hombre rompió el sol, abatió el viento.
Esta carne que partes, esta sangre a la que dejas
sembrar desolación entre las venas
fueron avena y uva
nacieron de la raíz sensual y de la savia;
mi vino que te bebes, el pan que me arrebatas.
Dylan Thomas
Esta es una lectura de esta poesía de Dylan Thomas, hay en ella evidentemente una visión terrenal de la eucaristía, claramente evocada en las figuras del pan partido y del vino como sangre. Pero esta supuesta "mundanización" del símbolo eucarístico no le hace perder su potencia evocadora, su fuerza.
Por eso siempre he querido ver en ella una poesía en cierto sentido eucarística. Es el hombre que le habla en ella a Dios y lo interpela por esa transformación del pan en Su carne y el vino en Su sangre: "mi vino que te bebes, el pan que me arrebatas".¡Pero D. Thomas no quiso decir esto!.
Sí, es cierto, pero...