20 diciembre 2005

Otra vez: de ríos y mares

Y ya a esta altura del año las ansías de irse no se sacian con un fin de semana y, mucho menos, con un domingo.
Por esto, lo reafirmo: en lugar del Atlántico, el Paraná.
El Paraná en una Zamba
(Jaime Dávalos)

Brazo de la luna que bajo el sol
el cielo y el agua rejuntará
hijo de las cumbres y de la selva
que extenso y dulce recibe el mar.

Sangra en tus riberas el ceibo en flor
y la pampa verde llega a beber
en tu cuerpo lacio donde el verano
despeña toros de barro y miel.

Mojan las guitarras tu corazón
que por los trigales ondulará,
traen desde el norte frutal la zamba
y a tus orillas la dejarán,
para que su voz enamorada de la luz carnal
arome tus mujeres, Paraná.

En campos de lino recobrarás
el cielo que buscas en la extensión,
padre de las frutas y las maderas
florece en deltas tu corazón.

Verde en el origen, recorrerás
turbio de trabajo la noche azul
y desde la luna, como un camino,
vendrá tu brillo quebrando luz.

Mojan las guitarras tu corazón
que por los trigales ondulará,
traen desde el norte frutal la zamba
y a tus orillas la dejarán,
para que su voz enamorada de la luz carnal
arome tus mujeres, Paraná.
Sin demasiado fundamento, tengo en más la “marinería” de río que la del mar. Claro, la del mar tiene mejor propaganda, mas literatura. Hablar del mar es evocación de viajes interminables, de distancias enormes, de tierras lejanas.
El río en cambio, mas prosaico, mas casero, habla de aventuras íntimas, de introspección, de jornadas fugaces e intensas.
Por eso, con orgullo, al capitán, le opongo el jangadero; al navío, la canoa; a las olas, las corrientes.
Alguna vez alguien debería intentar una reflexión sobre la Argentina y sus ríos. La Argentina está transida de ríos. Y no lo digo en el sentido geográfico, aunque esto también es cierto. Lo pienso en sentido sociológico, histórico. Espiritual, casi.
Piensen en la fuerte significación que es para el argentino hablar de “al sur del Río Colorado”, “cruzando el Río Negro” (la inmensa Patagonia, las tierras nuevas) o para el porteño el Riachuelo (la cifra de la porteñidad, la inmigración).
Y el Río de la Plata. Y el Delta. Y el Pilcomayo. Y el Uruguay. Y... y el Paraná, por supuesto.
Si es cierto que al hombre lo constituye su paisaje, quizás tengamos forma fluvial. Nuestra historia es una historia de puertos, de puertos antagónicos.
Pero de puertos de río, no de mar.