26 septiembre 2006

Ejercicio de memoria

¿Alguna vez hablé de la música sureras?. Soy folclorero (porque folclorista no, eso es demasiado) de gusto; aunque de esos que ni tocan guitarra, ni saben tocarla y saben que nunca van a saber tocarla.
En suma, soy de aquellos que, en cualquier asado, encuentro o peña, se arriman al guitarerro, le piden esta tonada o aquella zamba (“¿conocés tal y tal; creo que es del Chango Rodríguez”), le mantienen al hombre el vaso lleno de tinto, cantan despacito y, especialmente, escuchan.
Así, de tanto escuchar, de tanto escanciar y de tanto pedir, quedé prendado a lo surero. Milongas, triunfos, cifras. De las pocas que se conocen y se cantan en esos eventos, mas bien ganados por el folclore del norte.
Porque, como todo, el folclore tiene sus príncipes y sus mendigos. Y –Chalchaleros mediante– la zamba y la chacarera son, hoy, casi lo único que se canta.
Pero de vez en cuando alguien sacar a relucir una milonga. Una; o dos a lo sumo.
Tímidas, calladitas, para ir calentando los dedos.
De la música no voy a hablar: soy sólo un “escuchador” y no podría decir mucho: tiene ese ritmo triste, arrastrado.
Pero las letras.
Parece como que no dicen mucho, casi nada. Cuentan una historia casi insustancial por lo cotidiana; describen a alguien; comentan un paisaje (y ni siquiera un paisaje: en la pampa no hay paisajes).
Recuerdan.
Este es el punto: todas las milongas recuerdan. Son ejercicio de memoria.
De memoria plural. La del criollo surero, la de sus idas y venidas en esta pampa chata; la de su llegada a un lugar o un paraje igual a otros lugares y otros parajes, pero que se hacen para él distintos y únicos, porque es el lugar donde ha llegado. Como el Galpón de una estancia
(Cifra. Letra de C. Montbrun Ocampo).
Como en los tiempos primeros,
como en los tiempos primeros,
y lindamente plantados,
cuando se hallaba atestao´
de bolsas, lanas y cueros
dando frente a los potreros
y con dejo de arrogancia
está el galpón de una estancia
contemplando la ladera,
como si un símbolo fuera
de eternidad y constancia.

El no tiene más ofrendas,
el no tiene más ofrendas
que allá en la tirantería,
telas de araña a porfía
y de avispas la vivienda,
hay en las puertas leyendas
hechas a punta de acero,
la marca del estanciero
varias veces repetida
y una volanta vencida
que sirve de gallinero.

Hay un ombú ya viejón
que sus raíces extendiendo,
parece estar pretendiendo
echarse al hombro el galpón,
y no es tal su intención,
es que el ombú corpulento
lo abraza por los cimientos,
con mil recuerdos que añora
le da un beso cada aurora
y lo protege del viento.