30 mayo 2006

Pregunta

Llamaron a mi corazón
A mi corazón llamaron:
corrí a abrir con vida y alma.
Veo en la puerta a mi Amor
con una cruz que me espanta.
-Pasad, si os place, Señor,
pasad, que ésta es vuestra casa;
si sólo una choza es,
haced de ella vuestro alcázar.
Y, haciendo mi noche día,
Jesús entró en mi morada;
pero al entrar en mi pecho
dejó la cruz en mi espalda.
Jacinto Verdaguer (versión de L. Guarner)
Corríjanme los “castellanófilos” si me equivoco.
¿No es éste el poeta catalán tan elogiado por el P. Castellani?; ¿el que tuvo, también, sus “bretes eclesiásticos”?.
Porque, en lo que a poesía respecta, son iguales.

11 mayo 2006

De tren (otra vez)

Último vagón del tren (mi tren). De mañana, temprano.
Gorra con visera, pantalones blancos; pelo áspero, entrecano y un bigote fino, apenas una sombra. Pintor; de brocha gorda, claro.
Parado contra una ventana, examinaba, minuciosamente, un diccionario. Uno de esos baratos, anónimos, que se compran en cualquier lugar. Yo estaba cerca, atisbando de a ratos por arriba del hombro.
En la trayectoria a Retiro recorrió, sin pausa, desde “conexión” a “desenredar”.

Último vagón del tren (mi tren). Esa mañana, temprano.
Cuarenta años, o cerca. Pulcro, de saco y corbata. Pero saco y corbata “bajo protesta”; es decir, como lo lleva quien tiene que usarlos pero no quiere (la corbata con un pequeño nudo aplastado, signo de que subsiste en esa posición hace muchos días, camisa sport rayada y el último botón sin prender, aunque disimulado por el pequeño nudo). En la mano, viejos, gastados seis o siete discos (sí, discos: de los de antes) de los Beatles. Reconozco Abbey Road, Help y alguno mas.
Recorre una y otra vez las contratapas, lee las listas de canciones. De a ratos sonríe y entorna los ojos. Escucha. Se detiene en aquel acorde, en ese juego de voces, en ese introito de guitarra.

¡Qué diferentes!, pienso.
Pero no. No tanto.
Puedo entender al melómano. Muchas veces hice lo mismo: repasar listas de canciones para “traer” un pedazo de melodía, unas estrofas, un tono.
La música tiene esa espiritualidad. Tocarla, hacerla sonido es, de alguna manera, pervertirla, rebajarla. Se la escucha mejor cuando, desprendida de su materialidad, invade la memoria. Trae otras cosas consigo.

Y, pienso, lo mismo pasa con las palabras.
Desprendidas de su “utilidad”, del contexto en el que se las profiere, adquieren una resonancia especial. Abren infinitos mundos. Cuentan muchas historias porque, solas, no pueden contar ninguna.
Entonces, el vínculo entre estas dos personas me golpea. Lo veo.
No son tan distintos.
Ahora comprendo a ese hombre que tiene interés por saber qué quieren decir unas cuantas palabras. Casi puedo llegar a intuir, ahora, cómo van copando el entendimiento.
Quizás “corrillo” le traiga un amigo de antaño, ya olvidado; y “dehesa” algun lugar lejano, una primavera.

Casi puedo ver cómo se abren en su mente ventanas, ventiluces, escotillas, mirillas, por donde penetran, apenas, sutilísimos rayos de luz.

03 mayo 2006

La lengua; Ella.

Siempre me gustó la rotundidad de Barcia para decir las cosas: “la lengua es una mujer golpeada por la mayoría de sus hablantes”. Toda una imagen. Certera.
Y no es que vaya a hablar de lo mal que hablamos. Ni que quiera decir que se ha perdido a fuerza de golpes, informática y cine yanqui, el bien decir y, por eso, no nos queda qué decir, ni cómo decirlo.
Me gusta la frase especialmente por eso de la lengua como mujer. Por la semántica que implica el decir "mujer". Porque es (casi) la misma que la de "lengua".
Voluble e imprevisible, recóndita y púdica, persuasiva e incitante.
Sí. La lengua es una mujer. Y no sólo por caprichos de la sintaxis, del artículo que la precede. Comparten una misma condición.
Por eso, disiento; no creo que pueda tratársela, como en este soneto, masculinamente (aunque me gusta el soneto).
Idioma castellano
Verbo macizo y señorial, lenguaje
de recia y transparente arquitectura.
Voz extrañada de la tierra pura,
la tierra paridora del linaje.

Horadas las centurias de su mensaje
urdido de vigor y de finura,
de grande consistencia en su textura:
oro, marfil, piedra preciosa, encaje.

La rancidez de tu riqueza brilla
en los viejos infolios de Castilla,
que prestigiase el imperial siglo.

Suma de eternidades, tus legados
ofrecen, por las gracias enhebrados,
los más nobles decires en su estilo.

Evaristo Ribera Chevremont