18 agosto 2006

Ímpetu

Mas no todo ha de ser ruina y vacío.
No todo desescombro ni deshielo.
Encima de este hombro llevo el cielo,
y encima de este otro, un ancho río

de entusiasmo. Y, en medio, el cuerpo mío,
árbol de luz gritando desde el suelo.
Y, entre raíz mortal, fronda de anhelo,
mi corazón en pie, rayo sombrío.

Sólo el ansia me vence. Pero avanzo
sin dudar, sobre abismos infinitos,
con la mano tendida: si no alcanzo

con la mano, ¡ya alcanzaré con gritos!
y sigo, siempre, en pie, y así, me lanzo
al mar, desde una fronda de apetitos.

Blas de Otero
de "Ángel fieramente humano" 1950


Porque cuando tengo algo que decir, siempre me parece mejor que lo diga Blas de Otero, o Hierro. Porque son brutalmente humanos, personas en descarne. No me caen bien; supongo que si los hubiera conocido, no me caerían bien.
Pero me gustaría ser Blas de Otero. O Hierro. O los dos.
La cuestión, el sentido de esta entrada es dejar constancia que me ha atropellado (otra vez; sí, otra vez) el tiempo y mis obligaciones. Y no es que ahora esté liberado, sino que he presentado carta de rebeldía: hoy, viernes (víspera de fin de semana y lunes feriado) mando al diablo mis vida y mis deberes.
Pero que se entienda.
No es que reniego de ellos. No he caído en algún suerte de hacé-lo-que-sentís de formato adolescente televisivo.
Es que, así como la fe se reafirma cada vez que le espetamos a Dios algún “desarreglo” (¡lindo eufemismo!) de nuestra vida, la reafirmación de esta vida que llevo a cuestas está en cada vez que me arrojo de ella, como de un tren en marcha, para verla alejarse. Y, así, poder verla en perspectiva, toda junta.
Pero, lo dicho.
Hoy, no soy yo. Ésta no es mi vida.

Aunque tampoco quiero otra