30 marzo 2006

Complot antiferroviario

Es un tren, en cierto sentido, más humilde. No es el transiberiano. Menos poético al menos.
No tenemos, los del norte bonaerense, esa prototípica figura, tan querida a los habitantes de “belargavecorta” de su tren sanmartiniano, que transcurre desde civilización a barbarie y viceversa, desde el campo a la ciudad, desde el yermo a la urbe.
Es el nuestro un tren mas convencional. Mas atildado. Prolijo. Sí, prolijo. ¿Burgués?. Sí, ¿por qué no? Burgués.
Marcha entre barrios que fueron pueblos y que quieren ser ciudades a fuerza de apelmazar personas.
Es distinto. Su paisaje es su sino. Paisaje de río: vértice del río, hipotenusa del río.
Recién al final, en las últimas estaciones, se entremezcla, y asume su naturaleza; es decir, su misión de adelantado, de peregrino.
Pero comparte con los demás esa rara cualidad de provocar (indefectible, trágicamente) un cierto divagar de la mente.
Hay una hipnosis en los trenes.
Fácilmente visible desde afuera: no es posible mirar un tren pasar y quedar ajeno, no sentirse atraído por su sirenaico traqueteo.
Mas difícil es advertir esta enajenación de la mente desde dentro. Es entendible: aquello de la evidente paja en el ojo ajeno y la discreta viga del propio.
Pero adentro se la padece también. Los sentidos se adormecen y la mente vaga irresoluta entre los temas mas dispares.
Por eso, en un tren alguien puede terminar escribiendo esto:
Yo, para todo viaje
—siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera—,
voy ligero de equipaje.
Si es de noche, porque no
acostumbro a dormir yo,
y de día, por mirar
los arbolitos pasar,
yo nunca duermo en el tren,
y, sin embargo, voy bien.
¡Este placer de alejarse!
Londres, Madrid, Ponferrada,
tan lindos... para marcharse.
Lo molesto es la llegada.
Luego, el tren, al caminar,
siempre nos hace soñar;
y casi, casi olvidamos
el jamelgo que montamos.
¡Oh, el pollino
que sabe bien el camino!
¿Dónde estamos?
¿Dónde todos nos bajamos?
¡Frente a mí va una monjita
tan bonita!
Tiene esa expresión serena
que a la pena
da una esperanza infinita.
Y yo pienso: Tú eres buena;
porque diste tus amores
a Jesús; porque no quieres
ser madre de pecadores.
Mas tú eres
maternal,
bendita entre las mujeres,
madrecita virginal.
Algo en tu rostro es divino
bajo tus cofias de lino.
Tus mejillas
—esas rosas amarillas—
fueron rosadas, y, luego,
ardió en tus entrañas fuego;
y hoy, esposa de la Cruz,
ya eres luz, y sólo luz...
¡Todas las mujeres bellas
fueran, como tú, doncellas
en un convento a encerrarse!...
¡Y la niña que yo quiero,
ay, preferirá casarse
con un mocito barbero!
El tren camina y camina,
y la máquina resuella,
y tose con tos ferina.
¡Vamos en una centella!

Antonio Machado
O peor, que le ocurra lo que a mí, que llegué a la afiebrada conclusión que ese afán de nuestros gobiernos por desmantelar líneas ferroviarias, suspender tramos y clausurar recorridos responde a una maligna intención, a una voluntad maléfica y unívoca cuyo designio diabólico es vaciar de gente nuestros pueblos, nuestros parajes, nuestras provincias. Un oculto titiritero que busca atraer a los argentinos a esta ciudad, donde son mas fácilmente corrompibles.
Se me fijó en la mente la desquiciada idea de que la historia argentina podía explicarse como un tira y afloje en pro y en contra de la promoción ferroviaria. Los patriotas bregando por dilatar el transporte férreo y los traidores, vendepatrias y cipayos maquinando su destrucción.
Y ni un solo vaso de vino encima. Lo juro.

28 marzo 2006

Don de la Palabra

Soledad sin olvido
¡Qué pena ésta de hoy!
Haberlo dicho todo,
volcando por completo
lo que pesaba tanto,
y ver luego que todo
se queda siempre dentro,
que las palabras fueron
espejos engañosos,
cristales habitados
por fantasmas sin vida;
que todo queda dentro
con sus negras presencias,
insistentes, doliendo.

Manuel Altolaguirre
Es que las palabras tienen esa impertinencia de creerse mensajeras del alma. Y uno les cree.
¿Quién no construyó, mentalmente, en mil detalles, con sus inflexiones y tonos, una conversación futura?.
Una y mil veces.
Fabrico esa conversación que voy a tener, con esa persona a la que le voy a decir tal y cual cosa; y me va a contestar tal otra. Y ahí, viene, certera, mi respuesta aguda, hiriente pero justa y luminosa. Y mi interlocutor calla, no humillado sino humilde ante la incontrovertible verdad de mis palabras. Y consiente.
En nuestro interior, en nuestra mente, el Diálogo es el perfecto mensajero, es quien devela indefectiblemente la verdad.

Pero en la realidad...

Allí las cosas cambian. Nuestros interlocutores se resisten a decir las líneas que le habíamos asignado previamente; el tono de voz se propala, rebelde, unas décimas más alto. Y no es el timbre de la comprensión, es el de la petulancia.
Y aquello de nuestro interior (tan claro, tan puro), que queríamos fervientemente regalar se niega a hacerse palabras.
Indiferencia tozuda de los pensamientos.

Por eso en la Escrituras, el primer don que Dios le otorga a sus profetas es el de la palabra.

Señor, no me animo a ser tu profeta (hay que pagar un precio altísimo, y temo no poder apurar esa copa)... pero dame el don de la palabra.
No porque vaya a llevar tu palabra a los hombres, no. Te lo dije: no puedo ser tu profeta.

Sino porque veo que, cada vez que hablo en tu defensa, pervierto tu mensaje.
(reflexiones rápidas luego de una malograda discusión sobre temas religiosos)

27 marzo 2006

... y yo igual

Como XavMP, soy un nuevo parroquiano de St' Blog.

22 marzo 2006

Philobiblon

Hay un nuevo comentario

21 marzo 2006

No te salves

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.
Mario Benedetti.

Siempre me gustó.
Me lo aprendí de memoria y solía repetirlo mentalmente, como una letanía.
Tiene hasta ritmo: sube y baja (No..., no..., no..., no... Pero...; y...; y....; y... No).

Y estas cosas, de tanto repetirlas, termina uno por darles algún significado subyacente (quizás –tema que daría para mucho– éste sea el sentido y la explicación del rezo del Rosario: una repetición que abre las puertas de la alegoría).
Y así se me ocurrió que don Benedetti, mal que le pese, está repitiendo en cifra aquella condena de Cristo a la indecisión, al acomodaticio, al farisaico: al tibio.
El despreciable no es el que elige el camino errado sino el que se queda al borde del camino. El que no emprende el Viaje.
El repudiable es el que quiere con desgano, el que no hace de la entrega su vida.
Por eso, si esa es tu Salvación, mejor, no te salves.

17 marzo 2006

Otra vez


... y sigue lloviendo (pero terminé Unamuno):

La lluvia lenta
Esta agua medrosa y triste,
como un niño que padece,
antes de tocar la tierra
desfallece.

Quieto el árbol, quieto el viento,
¡y en el silencio estupendo,
este fino llanto amargo
cayendo!

El cielo es como un inmenso
corazón que se abre, amargo.
No llueve: es un sangrar lento
y largo.

Dentro del hogar, los hombres
no sienten esta amargura,
este envío de agua triste
de la altura.

Este largo y fatigante
descender de aguas vencidas,
hacia la Tierra yacente
y transida.

Llueve... y como un chacal trágico
la noche acecha en la sierra.
¿Qué va a surgir, en la sombra,
de la Tierra?

¿Dormiréis, mientras afuera
cae, sufriendo, esta agua inerte,
esta agua letal, hermana
de la Muerte?

Gabriela Mistral

16 marzo 2006

Lluvia

Ya sé que es largo; ya sé que no es -ni cerca- lo mejor que ha escrito.
Pero ¡que remedio!: está lloviendo y estoy leyendo a Unamuno.

Poema de un día. Meditaciones rurales
Heme aquí ya, profesor
de lenguas vivas (ayer
maestro de gay-saber,
aprendiz de ruiseñor),
en un pueblo húmedo y frío,
destartalado y sombrío,
entre andaluz y manchego.

Invierno. Cerca del fuego.
Fuera llueve un agua fina,
que ora se trueca en neblina,
ora se torna aguanieve.

Fantástico labrador,
pienso en los campos.¡Señor
qué bien haces! Llueve, llueve
tu agua constante y menuda
sobre alcaceles y habares,
tu agua muda,
en viñedos y olivares.

Te bendecirán conmigo
los sembradores del trigo;
los que viven de coger
la aceituna;
los que esperan la fortuna
de comer;
los que hogaño,
como antaño,
tienen toda su moneda
en la rueda,
traidora rueda del año.

¡Llueve, llueve; tu neblina
que se torne en aguanieve,
y otra vez en agua fina!

¡Llueve, Señor, llueve, llueve!

En mi estancia, iluminada
por esta luz invernal
?la tarde gris tamizada
por la lluvia y el cristal?,
sueño y medito.

Clarea
el reloj arrinconado,
y su tic-tic, olvidado
por repetido, golpea.

Tic-tic, tic-tic... Ya te he oído.
Tic-tic, tic-tic... Siempre igual,
monótono y aburrido.

Tic-tic, tic-tic, el latido
de un corazón de metal.

En estos pueblos, ¿se escucha
el latir del tiempo? No.

En estos pueblos se lucha
sin tregua con el reló,
con esa monotonía
que mide un tiempo vacío.

Pero ¿tu hora es la mía?
¿Tu tiempo, reloj, el mío?

(Tic-tic, tic-tic...) Era un día
(Tic-tic, tic-tic) que pasó,
y lo que yo más quería
la muerte se lo llevó.

Lejos suena un clamoreo
de campanas...

Arrecia el repiqueteo
de la lluvia en las ventanas.

Fantástico labrador,
vuelvo a mis campos. ¡Señor,
cuánto te bendecirán
los sembradores del pan!

Señor, ¿no es tu lluvia ley,
en los campos que ara el buey,
y en los palacios del rey?

¡Oh, agua buena, deja vida
en tu huida!

¡Oh, tú, que vas gota a gota,
fuente a fuente y río a río,
como este tiempo de hastío
corriendo a la mar remota,
en cuanto quiere nacer,
cuanto espera
florecer
al sol de la primavera,
sé piadosa,
que mañana
serás espiga temprana,
prado verde, carne rosa,
y más: razón y locura
y amargura
de querer y no poder
creer, creer y creer!

Anochece;
el hilo de la bombilla
se enrojece,
luego brilla,
resplandece
poco más que una cerilla.

Dios sabe dónde andarán
mis gafas... entre librotes
revistas y papelotes,
¿quién las encuentra?... Aquí están.

Libros nuevos. Abro uno
de Unamuno.

¡Oh, el dilecto,
predilecto
de esta España que se agita,
porque nace o resucita!

Siempre te ha sido, ¡oh Rector
de Salamanca!, leal
este humilde profesor
de un instituto rural.

Esa tu filosofía
que llamas diletantesca,
voltaria y funambulesca,
gran don Miguel, es la mía.

Agua del buen manantial,
siempre viva,
fugitiva;
poesía, cosa cordial.

¿Constructora?

¿No hay cimiento
ni en el alma ni en el viento?.

Bogadora,
marinera,
hacia la mar sin ribera.

Enrique Bergson: Los datos
inmediatos
de la conciencia. ¿Esto es
otro embeleco francés?

Este Bergson es un tuno;
¿verdad, maestro Unamuno?

Bergson no da como aquel
Immanuel
el volatín inmortal;
este endiablado judío
ha hallado el libre albedrío
dentro de su mechinal.

No está mal;
cada sabio, su problema,
y cada loco, su tema.

Algo importa
que en la vida mala y corta
que llevamos
libres o siervos seamos:
mas, si vamos
a la mar,
lo mismo nos ha de dar.

¡Oh, estos pueblos! Reflexiones,
lecturas y acotaciones
pronto dan en lo que son:
bostezos de Salomón.

¿Todo es
soledad de soledades.
vanidad de vanidades,
que dijo el Eciesiastés?

Mi paraguas, mi sombrero,
mi gabán...El aguacero
amaina...Vámonos, pues.

Es de noche. Se platica
al fondo de una botica.

Yo no sé,
don José,
cómo son los liberales
tan perros, tan inmorales.

¡Oh, tranquilícese usté!
Pasados los carnavales,
vendrán los conservadores,
buenos administradores
de su casa.

Todo llega y todo pasa.
Nada eterno:
ni gobierno
que perdure,
ni mal que cien años dure.

Tras estos tiempos vendrán
otros tiempos y otros y otros,
y lo mismo que nosotros
otros se jorobarán.

Así es la vida, don Juan.

Es verdad, así es la vida.
La cebada está crecida.
Con estas lluvias...
Y van
las habas que es un primor.
Cierto; para marzo, en flor.
Pero la escarcha, los hielos...
, además, los olivares
están pidiendo a los cielos
aguas a torrentes.
A mares.

¡Las fatigas, los sudores
que pasan los labradores!

En otro tiempo...
Llovía
también cuando Dios quería.

Hasta mañana, señores.
Tic-tic, tic-tic... Ya pasó
un día como otro día,
dice la monotonía
del reloj.

Sobre mi mesa Los datos
de la conciencia, inmediatos.

No está mal
este yo fundamental,
contingente y libre, a ratos,
creativo, original;
este yo que vive y siente
dentro la carne mortal
¡ay! por saltar impaciente
las bardas de su corral.

Antonio Machado

15 marzo 2006

Nueva entrada

Nuevo comentario en Philobiblion.

Ciencia y arte; verdad y Verdad

Para el mundo de hoy esto es una novedad.
La ciencia, esa disciplina de las cosas, de los hechos, de los “fenómenos” no puede mas que darse de narices con el arte. Con la pintura, vaya y pase; ¿con la novela?... y, si es “de divulgación” (??) puede ser.
Pero ¡con la poesía!. Imposible.
Son dos mundos distintos, cerrados, lejanos.
Aunque... está Pitágoras, ¿no?. Está este extenso poema escrito nada más (ni nada menos) que por un geómetra.
Pero, a pesar de todo, es cierto: el artículo tiene algunos grandes aciertos; como este: “Después de todo, la buena ficción se orienta hacia la verdad, que es adonde los científicos están tratando de llegar -escribe en Nature Simon Mawer, biólogo y autor de siete novelas-. [...] Tanto la literatura como la ciencia plantean la pregunta «¿qué tal si?»”.
Y es cierto. Bien por Don Simón.
Porque ahí está el punto. En el objeto último de la poesía y la ciencia.
Pero si la ciencia es análisis de lo fenoménico y la poesía es malabarismo del lenguaje nada tienen que ver una con la otra.
Pero si las dos buscan la verdad, es distinto.
Ahí se vislumbra (sólo se vislumbra) el punto en común.
Es cómodo, fácil y no problemático colgarle a la ciencia el título de buscadora-de-la-verdad. Siempre que sea así, con minúscula, una de esas verdades que se tocan, se palpan, se miden y se pesan. Pero ese cartel le queda chico a la poesía. Ella no habla de verdades palpables, o cuando se refiere a verdades palpables habla de ellas “impalpablemente”.

Científicos-poetas o poetas-científicos. Hoy día, es más o menos lo mismo.
Me quedo con los científicos de antes, esos que veían a Naturaleza como un gran poema.
Esos que creían (que sabían) que cada cosa se relacionaba con el todo, el todo con cada cosa y las cosas entre sí.
Y que, por eso, creían perfectamente posible sacar oro del fuego o criar árboles que den pájaros en lugar de frutos.

El alquimista
Lento en el alba un joven que han gastado
la larga reflexión y las avaras
vigilias considera ensimismado
los insomnes braseros y alquitaras.

Sabe que el oro, ese Proteo, acecha
bajo cualquier azar, como el destino;
sabe que está en el polvo del camino,
en el arco, en el brazo y en la flecha.

En su oscura visión de un ser secreto
que se oculta en el astro y en el lodo,
late aquel otro sueño de que todo
es agua, que vio Tales de Mileto.

Otra visión habrá; la de un eterno
Dios cuya ubicua faz es cada cosa,
que explicará el geométrico Spinoza
en un libro más arduo que el Averno…

En los vastos confines orientales
del azul palidecen los planetas,
el alquimista piensa en las secretas
leyes que unen planetas y metales.

Y mientras cree tocar enardecido
el oro aquel que matará la Muerte,
Dios, que sabe de alquimia, lo convierte
en polvo, en nadie, en nada y en olvido.

Jorge Luis Borges
El problema está en lo que tienen en común ciencia y poesía. En la verdad, en qué es la verdad, en cuál es la verdad a la que apuntan.

Porque, en rigor, “verdad” está mal dicho.
Hay que decir Verdad.

13 marzo 2006

Dios y arcilla

¡Quiero vivir! A Dios voy
y a Dios se va muriendo,
se va al Oriente subiendo
por la breve noche de hoy.

De luz y de sombras soy
y quiero darme a los dos.

¡Quiero dejar de mí en pos
robusta y santa semilla
de esto que tengo de arcilla,
de esto que tengo de Dios!

José María Gabriel y Galán.

El Sacrificio que se acerca tiene algo de esto. No es, como a veces se dice con cierta liviandad, la derrota de la carne por el espíritu. No es tampoco la manifestación del Cristo divino, del Cristo-Dios.
Es la exaltación de esa carne humana como camino posible de expiación de los pecados (y la carne del Dios encarnado es la Expiación, el perdón de los pecados del mundo). El cuerpo en su mas cruda corporeidad es vehículo, instrumento de salvación. Tanto como el alma. O, mejor, sólo con el alma.
La manifestación, digamos, “positiva” del sacrificio de la cruz es la transfiguración, tema del evangelio de ayer.
Transfiguración y muerte en cruz son dos maneras de decir lo mismo.

08 marzo 2006

Tigres y Cuaresma

Ternura de tigre
La lengua sobre todo, afectuosa,
áspera y cortesana en el saludo.

Las zarpas de abrazar, con qué cuidado,
o de impetrar afecto, o daño, a quien lo doma.

La caricia con uñas, el pecho boca arriba
para mostrar el corazón cautivo.

La piel toda entregada, la voz ronca
retozando en su jaula de colmillos,
y los ojos enormes, de algas, sonriendo
a la muerte inmediata
a que fue sentenciado.
Carlos Barral

Esta es la ternura del Cristo crucificado, del Cristo en la Cruz.
Es ternura, sí. Es amor infinito por los hombres, sí.
Pero es un amor implacable. No admite entregas a medias, sacrificios a medias, adhesiones a medias.
Por eso creo que la elección de C.S. Lewis de un león como alegoría del Cristo es especialmente acertada.
El león. Un gato y, como tal, dado a las caricias y remilgos.
Pero un gato imponente. Peligroso.

Esta es, quizás, una de las lecturas posibles de este tiempo de cuaresma. Estamos en las puertas de la entrega amorosa y gratuita mas absoluta y desinteresada que ha existido.
Pero tenemos estar preparados para recibirla. No la recibe cualquiera. No se recibe sin sacrificio.
Es la ternura del tigre. Capaz de impetrar afecto... o daño.

06 marzo 2006

Los locos

A los locos no nos quedan bien los nombres.

Los demás seres
llevan sus nombres como vestidos nuevos,
los balbucean al fundar amigos,
los hacen imprimir en tarjetitas blancas
que luego van de mano en mano
con la alegría de las cosas simples.

Y qué alegría muestran los Alfredos, los Antonios,
los pobres Juanes y los taciturnos Sergios,
los Alejandros con olor a mar!

Todos extienden, desde la misma garganta con que cantan
sus nombres envidiables como banderas bélicas,
tus nombres que se quedan en la tierra sonando
aunque ellos con sus huesos se vayan a la sombra.

Pero los locos, ay señor, los locos
que de tanto olvidar nos asfixiamos,
los pobres locos que hasta la risa confundimos
y a quienes la alegría se nos llena de lágrimas,
¿cómo vamos a andar con los nombres a rastras,
cuidándolos,
puliéndolos como mínimos animales de plata,
viendo con estos ojos que ni el sueño somete
que no se pierdan entre el polvo que nos halaga y odia?

Los locos no podemos anhelar que nos nombren
pero también lo olvidaremos…

Roque Dalton

Hay algo de pretencioso en llamarse a uno mismo “loco” con la semántica que tiene esa palabra aquí. Es un “loco” que suena demasiado a pedante “introvertido”, a "bohemio" en el peor sentido de esta palabraa.
Hay algo de soberbia en llamar a los otros “seres”. Es despectiva esta palabra; implica no admitirle a los demás una categoría por sobre las de las plantas y las piedras.
Solo... seres.
Y pido disculpas por ello. Espero que nadie me asigne estas intenciones.
Están lejos de las mías.
Pero algunos me han preguntado el por qué de las iniciales.
¿Por qué no identificar Cuaderna, no nombrarme?.
¿Por qué una serie de letras inidentificables?.

La razón primera es, creo, la misma que me llevó a escribir Cuaderna. Ese pseudo-anonimato que, a la vez, me provee de un público.
Sí, me gusta la “publicidad”, la exposición pública (y el que diga que no quiere ser leído, miente: la escritura lleva ínsita la sociabilidad, la comunicación potencial. La palabra es lo que hace al hombre un ser social).
Pero a la vez la rechazo. Cargo con una timidez indestructible.

Sólo algunos pocos de los que me conocen leen esto. O, mejor, son pocos los que saben que soy yo quien lo escribo.
Pero, por otro lado, conozco a varios de los “blogueros” de esta pequeña red (porque eso es lo que formamos, una pequeña intrincada celda que se autoalimentan. Nos citamos, nos preguntamos y nos respondemos).
Tenemos amigos en común; con algunos hemos guitarreado, transito y transité trenes que algunos transitan (y otros transitaron), he visitado casas, bares y galpones que otros visitaban asiduamente.

Hace unos días alguien me mostró esta página.

Es casi una diversión insana. Pero me gusta.

03 marzo 2006

Visitante ilustre

¿Se acuerdan de esta entrada?.
Pues bien, esta mañana me encuentro, grata sorpresa, con un correo del mismísimo Don Ramón. Agradece la cita y me invita a visitar su página.
Y lo hice.
Me llevo de ellas muchas cosas gratas, y un poco de nostalgia.
Es que se ha perdido esa habilidad de hacer versos simples, sencillos pero con contenido.
Ya sé. Es cierto.
Los Grandes Poetas contemporáneos son grandes y poetas. Lo simple no es todo, bla, bla, bla.
Pero permítanme un poco de nostalgia.
Quedan pocos Don Ramón. Y son extraños. Se los ve como extraños, ajenos: extranjeros en este mundo “literario" de hoy.
Será por eso que los extraño.
Y será por eso que Don Ramón escribe esto:
Que yo hablo solo
¿Qué yo hablo solo?
No me digan eso.
Es que soy poeta
Yo vivo buscando
Que rimen mis versos.

¿Qué yo hablo solo?
Es que soy un viejo
Y los que escuchaban
Se me han ido lejos
Y los que vinieron
A ocupar sus puestos
Casi ni me hablan,
Hasta me tropiezan,
Andan apurados
Con todas sus cosas
Y yo de tan lerdo,
Siento que molesto.

Que yo hablo solo,
No me digan eso,
Yo nunca hablo solo.
Hablo con mis viejos,
Con todos los míos,
Con tantos amigos
Que ya se me han ido.

Y ellos me escuchan.

Porque ellos no corren,
Porque ellos me esperan,
Porque están conmigo
Aunque no los vean.

Que yo hablo solo
Será...
Será porque rezo,
Debe ser por eso,
Será porque rezo,
Y al mover los labios
Pensarán que hablo,
Debe ser por eso
Será por mis rezos
Y que soy poeta,
Yo vivo buscando
que rimen mis versos.
Don Ramón de Almagro

02 marzo 2006

De otro lado

Esto está muy bien; "certero" es una buena palabra para describirlo.
Y dejo, como complemento estos versos del caminante:

I
Deshaced ese verso.
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma.
Aventad las palabras,
y si después queda algo todavía,
eso
será la poesía.

II
Poesía,
tristeza honda y ambición del alma,
cuándo te darás a todos... a todos,
al príncipe y al paria,
a todos...
sin ritmo y sin palabras!

III
Sistema, poeta, sistema.
Empieza por contar las piedras,
luego contarás las estrellas.

IV
Poeta
ni de tu corazón,
ni de tu pensamiento.
Entre todos los hombres las labraron
y entre todos los hombres en los huesos
de tus costillas las hincaron.
La mano más humilde
te ha clavado
un ensueño...
una pluma de amor en el costado.

V
No andes errante...
y busca tu camino.
-Dejadme-.
Ya vendrá un viento fuerte
que me lleve a mi sitio.
León Felipe