15 marzo 2006

Ciencia y arte; verdad y Verdad

Para el mundo de hoy esto es una novedad.
La ciencia, esa disciplina de las cosas, de los hechos, de los “fenómenos” no puede mas que darse de narices con el arte. Con la pintura, vaya y pase; ¿con la novela?... y, si es “de divulgación” (??) puede ser.
Pero ¡con la poesía!. Imposible.
Son dos mundos distintos, cerrados, lejanos.
Aunque... está Pitágoras, ¿no?. Está este extenso poema escrito nada más (ni nada menos) que por un geómetra.
Pero, a pesar de todo, es cierto: el artículo tiene algunos grandes aciertos; como este: “Después de todo, la buena ficción se orienta hacia la verdad, que es adonde los científicos están tratando de llegar -escribe en Nature Simon Mawer, biólogo y autor de siete novelas-. [...] Tanto la literatura como la ciencia plantean la pregunta «¿qué tal si?»”.
Y es cierto. Bien por Don Simón.
Porque ahí está el punto. En el objeto último de la poesía y la ciencia.
Pero si la ciencia es análisis de lo fenoménico y la poesía es malabarismo del lenguaje nada tienen que ver una con la otra.
Pero si las dos buscan la verdad, es distinto.
Ahí se vislumbra (sólo se vislumbra) el punto en común.
Es cómodo, fácil y no problemático colgarle a la ciencia el título de buscadora-de-la-verdad. Siempre que sea así, con minúscula, una de esas verdades que se tocan, se palpan, se miden y se pesan. Pero ese cartel le queda chico a la poesía. Ella no habla de verdades palpables, o cuando se refiere a verdades palpables habla de ellas “impalpablemente”.

Científicos-poetas o poetas-científicos. Hoy día, es más o menos lo mismo.
Me quedo con los científicos de antes, esos que veían a Naturaleza como un gran poema.
Esos que creían (que sabían) que cada cosa se relacionaba con el todo, el todo con cada cosa y las cosas entre sí.
Y que, por eso, creían perfectamente posible sacar oro del fuego o criar árboles que den pájaros en lugar de frutos.

El alquimista
Lento en el alba un joven que han gastado
la larga reflexión y las avaras
vigilias considera ensimismado
los insomnes braseros y alquitaras.

Sabe que el oro, ese Proteo, acecha
bajo cualquier azar, como el destino;
sabe que está en el polvo del camino,
en el arco, en el brazo y en la flecha.

En su oscura visión de un ser secreto
que se oculta en el astro y en el lodo,
late aquel otro sueño de que todo
es agua, que vio Tales de Mileto.

Otra visión habrá; la de un eterno
Dios cuya ubicua faz es cada cosa,
que explicará el geométrico Spinoza
en un libro más arduo que el Averno…

En los vastos confines orientales
del azul palidecen los planetas,
el alquimista piensa en las secretas
leyes que unen planetas y metales.

Y mientras cree tocar enardecido
el oro aquel que matará la Muerte,
Dios, que sabe de alquimia, lo convierte
en polvo, en nadie, en nada y en olvido.

Jorge Luis Borges
El problema está en lo que tienen en común ciencia y poesía. En la verdad, en qué es la verdad, en cuál es la verdad a la que apuntan.

Porque, en rigor, “verdad” está mal dicho.
Hay que decir Verdad.