No te salves
No te quedes inmóvilal borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.
Mario Benedetti.
Siempre me gustó.
Me lo aprendí de memoria y solía repetirlo mentalmente, como una letanía.
Tiene hasta ritmo: sube y baja (No..., no..., no..., no... Pero...; y...; y....; y... No).
Y estas cosas, de tanto repetirlas, termina uno por darles algún significado subyacente (quizás –tema que daría para mucho– éste sea el sentido y la explicación del rezo del Rosario: una repetición que abre las puertas de la alegoría).
Y así se me ocurrió que don Benedetti, mal que le pese, está repitiendo en cifra aquella condena de Cristo a la indecisión, al acomodaticio, al farisaico: al tibio.
El despreciable no es el que elige el camino errado sino el que se queda al borde del camino. El que no emprende el Viaje.
El repudiable es el que quiere con desgano, el que no hace de la entrega su vida.
Por eso, si esa es tu Salvación, mejor, no te salves.