Complot antiferroviario
Es un tren, en cierto sentido, más humilde. No es el transiberiano. Menos poético al menos.
No tenemos, los del norte bonaerense, esa prototípica figura, tan querida a los habitantes de “belargavecorta” de su tren sanmartiniano, que transcurre desde civilización a barbarie y viceversa, desde el campo a la ciudad, desde el yermo a la urbe.
Es el nuestro un tren mas convencional. Mas atildado. Prolijo. Sí, prolijo. ¿Burgués?. Sí, ¿por qué no? Burgués.
Marcha entre barrios que fueron pueblos y que quieren ser ciudades a fuerza de apelmazar personas.
Es distinto. Su paisaje es su sino. Paisaje de río: vértice del río, hipotenusa del río.
Recién al final, en las últimas estaciones, se entremezcla, y asume su naturaleza; es decir, su misión de adelantado, de peregrino.
Pero comparte con los demás esa rara cualidad de provocar (indefectible, trágicamente) un cierto divagar de la mente.
Hay una hipnosis en los trenes.
Fácilmente visible desde afuera: no es posible mirar un tren pasar y quedar ajeno, no sentirse atraído por su sirenaico traqueteo.
Mas difícil es advertir esta enajenación de la mente desde dentro. Es entendible: aquello de la evidente paja en el ojo ajeno y la discreta viga del propio.
Pero adentro se la padece también. Los sentidos se adormecen y la mente vaga irresoluta entre los temas mas dispares.
Por eso, en un tren alguien puede terminar escribiendo esto:
Se me fijó en la mente la desquiciada idea de que la historia argentina podía explicarse como un tira y afloje en pro y en contra de la promoción ferroviaria. Los patriotas bregando por dilatar el transporte férreo y los traidores, vendepatrias y cipayos maquinando su destrucción.
Y ni un solo vaso de vino encima. Lo juro.
No tenemos, los del norte bonaerense, esa prototípica figura, tan querida a los habitantes de “belargavecorta” de su tren sanmartiniano, que transcurre desde civilización a barbarie y viceversa, desde el campo a la ciudad, desde el yermo a la urbe.
Es el nuestro un tren mas convencional. Mas atildado. Prolijo. Sí, prolijo. ¿Burgués?. Sí, ¿por qué no? Burgués.
Marcha entre barrios que fueron pueblos y que quieren ser ciudades a fuerza de apelmazar personas.
Es distinto. Su paisaje es su sino. Paisaje de río: vértice del río, hipotenusa del río.
Recién al final, en las últimas estaciones, se entremezcla, y asume su naturaleza; es decir, su misión de adelantado, de peregrino.
Pero comparte con los demás esa rara cualidad de provocar (indefectible, trágicamente) un cierto divagar de la mente.
Hay una hipnosis en los trenes.
Fácilmente visible desde afuera: no es posible mirar un tren pasar y quedar ajeno, no sentirse atraído por su sirenaico traqueteo.
Mas difícil es advertir esta enajenación de la mente desde dentro. Es entendible: aquello de la evidente paja en el ojo ajeno y la discreta viga del propio.
Pero adentro se la padece también. Los sentidos se adormecen y la mente vaga irresoluta entre los temas mas dispares.
Por eso, en un tren alguien puede terminar escribiendo esto:
Yo, para todo viajeO peor, que le ocurra lo que a mí, que llegué a la afiebrada conclusión que ese afán de nuestros gobiernos por desmantelar líneas ferroviarias, suspender tramos y clausurar recorridos responde a una maligna intención, a una voluntad maléfica y unívoca cuyo designio diabólico es vaciar de gente nuestros pueblos, nuestros parajes, nuestras provincias. Un oculto titiritero que busca atraer a los argentinos a esta ciudad, donde son mas fácilmente corrompibles.
—siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera—,
voy ligero de equipaje.
Si es de noche, porque no
acostumbro a dormir yo,
y de día, por mirar
los arbolitos pasar,
yo nunca duermo en el tren,
y, sin embargo, voy bien.
¡Este placer de alejarse!
Londres, Madrid, Ponferrada,
tan lindos... para marcharse.
Lo molesto es la llegada.
Luego, el tren, al caminar,
siempre nos hace soñar;
y casi, casi olvidamos
el jamelgo que montamos.
¡Oh, el pollino
que sabe bien el camino!
¿Dónde estamos?
¿Dónde todos nos bajamos?
¡Frente a mí va una monjita
tan bonita!
Tiene esa expresión serena
que a la pena
da una esperanza infinita.
Y yo pienso: Tú eres buena;
porque diste tus amores
a Jesús; porque no quieres
ser madre de pecadores.
Mas tú eres
maternal,
bendita entre las mujeres,
madrecita virginal.
Algo en tu rostro es divino
bajo tus cofias de lino.
Tus mejillas
—esas rosas amarillas—
fueron rosadas, y, luego,
ardió en tus entrañas fuego;
y hoy, esposa de la Cruz,
ya eres luz, y sólo luz...
¡Todas las mujeres bellas
fueran, como tú, doncellas
en un convento a encerrarse!...
¡Y la niña que yo quiero,
ay, preferirá casarse
con un mocito barbero!
El tren camina y camina,
y la máquina resuella,
y tose con tos ferina.
¡Vamos en una centella!
Antonio Machado
Se me fijó en la mente la desquiciada idea de que la historia argentina podía explicarse como un tira y afloje en pro y en contra de la promoción ferroviaria. Los patriotas bregando por dilatar el transporte férreo y los traidores, vendepatrias y cipayos maquinando su destrucción.
Y ni un solo vaso de vino encima. Lo juro.