Los locos
A los locos no nos quedan bien los nombres.
Los demás seres
llevan sus nombres como vestidos nuevos,
los balbucean al fundar amigos,
los hacen imprimir en tarjetitas blancas
que luego van de mano en mano
con la alegría de las cosas simples.
Y qué alegría muestran los Alfredos, los Antonios,
los pobres Juanes y los taciturnos Sergios,
los Alejandros con olor a mar!
Todos extienden, desde la misma garganta con que cantan
sus nombres envidiables como banderas bélicas,
tus nombres que se quedan en la tierra sonando
aunque ellos con sus huesos se vayan a la sombra.
Pero los locos, ay señor, los locos
que de tanto olvidar nos asfixiamos,
los pobres locos que hasta la risa confundimos
y a quienes la alegría se nos llena de lágrimas,
¿cómo vamos a andar con los nombres a rastras,
cuidándolos,
puliéndolos como mínimos animales de plata,
viendo con estos ojos que ni el sueño somete
que no se pierdan entre el polvo que nos halaga y odia?
Los locos no podemos anhelar que nos nombren
pero también lo olvidaremos…
Roque Dalton
Hay algo de pretencioso en llamarse a uno mismo “loco” con la semántica que tiene esa palabra aquí. Es un “loco” que suena demasiado a pedante “introvertido”, a "bohemio" en el peor sentido de esta palabraa.
Hay algo de soberbia en llamar a los otros “seres”. Es despectiva esta palabra; implica no admitirle a los demás una categoría por sobre las de las plantas y las piedras.
Solo... seres.
Los demás seres
llevan sus nombres como vestidos nuevos,
los balbucean al fundar amigos,
los hacen imprimir en tarjetitas blancas
que luego van de mano en mano
con la alegría de las cosas simples.
Y qué alegría muestran los Alfredos, los Antonios,
los pobres Juanes y los taciturnos Sergios,
los Alejandros con olor a mar!
Todos extienden, desde la misma garganta con que cantan
sus nombres envidiables como banderas bélicas,
tus nombres que se quedan en la tierra sonando
aunque ellos con sus huesos se vayan a la sombra.
Pero los locos, ay señor, los locos
que de tanto olvidar nos asfixiamos,
los pobres locos que hasta la risa confundimos
y a quienes la alegría se nos llena de lágrimas,
¿cómo vamos a andar con los nombres a rastras,
cuidándolos,
puliéndolos como mínimos animales de plata,
viendo con estos ojos que ni el sueño somete
que no se pierdan entre el polvo que nos halaga y odia?
Los locos no podemos anhelar que nos nombren
pero también lo olvidaremos…
Roque Dalton
Hay algo de pretencioso en llamarse a uno mismo “loco” con la semántica que tiene esa palabra aquí. Es un “loco” que suena demasiado a pedante “introvertido”, a "bohemio" en el peor sentido de esta palabraa.
Hay algo de soberbia en llamar a los otros “seres”. Es despectiva esta palabra; implica no admitirle a los demás una categoría por sobre las de las plantas y las piedras.
Solo... seres.
Y pido disculpas por ello. Espero que nadie me asigne estas intenciones.
Están lejos de las mías.
Pero algunos me han preguntado el por qué de las iniciales.
¿Por qué no identificar Cuaderna, no nombrarme?.
¿Por qué una serie de letras inidentificables?.
La razón primera es, creo, la misma que me llevó a escribir Cuaderna. Ese pseudo-anonimato que, a la vez, me provee de un público.
Sí, me gusta la “publicidad”, la exposición pública (y el que diga que no quiere ser leído, miente: la escritura lleva ínsita la sociabilidad, la comunicación potencial. La palabra es lo que hace al hombre un ser social).
Pero a la vez la rechazo. Cargo con una timidez indestructible.
Sólo algunos pocos de los que me conocen leen esto. O, mejor, son pocos los que saben que soy yo quien lo escribo.
Pero, por otro lado, conozco a varios de los “blogueros” de esta pequeña red (porque eso es lo que formamos, una pequeña intrincada celda que se autoalimentan. Nos citamos, nos preguntamos y nos respondemos).
Tenemos amigos en común; con algunos hemos guitarreado, transito y transité trenes que algunos transitan (y otros transitaron), he visitado casas, bares y galpones que otros visitaban asiduamente.
Hace unos días alguien me mostró esta página.
Es casi una diversión insana. Pero me gusta.
Están lejos de las mías.
Pero algunos me han preguntado el por qué de las iniciales.
¿Por qué no identificar Cuaderna, no nombrarme?.
¿Por qué una serie de letras inidentificables?.
La razón primera es, creo, la misma que me llevó a escribir Cuaderna. Ese pseudo-anonimato que, a la vez, me provee de un público.
Sí, me gusta la “publicidad”, la exposición pública (y el que diga que no quiere ser leído, miente: la escritura lleva ínsita la sociabilidad, la comunicación potencial. La palabra es lo que hace al hombre un ser social).
Pero a la vez la rechazo. Cargo con una timidez indestructible.
Sólo algunos pocos de los que me conocen leen esto. O, mejor, son pocos los que saben que soy yo quien lo escribo.
Pero, por otro lado, conozco a varios de los “blogueros” de esta pequeña red (porque eso es lo que formamos, una pequeña intrincada celda que se autoalimentan. Nos citamos, nos preguntamos y nos respondemos).
Tenemos amigos en común; con algunos hemos guitarreado, transito y transité trenes que algunos transitan (y otros transitaron), he visitado casas, bares y galpones que otros visitaban asiduamente.
Hace unos días alguien me mostró esta página.
Es casi una diversión insana. Pero me gusta.