Hombre de palabra
Estoy enredado, otra vez, en reflexiones sobre la palabra, sobre el lenguaje. Esta vez por obligaciones laborales, es cierto; pero cuando empiezo a rondar estos temas nunca quedo inmune. Tengo, siempre, la sensación de estar metiéndome en algo que me supera, por mucho.
Y es cierto, pero por otro lado es inevitable.
Hoy por ejemplo, se me ha dado por la antropología.
Es comprensible el afán de la filosofía moderna por hablar sobre y del lenguaje. No es difícil darse cuenta que hoy se ha perdido toda noción trascendencia, se ha descartado la metafísica y la reflexión sobre una realidad más profunda que el puro fenómeno, que la simple constatación empírica. Pero esta necesidad de “algo” más allá de lo puramente visto, palpado, oído, saboreado es connatural al hombre: necesita trascenderse. No puede evitarlo.
Entonces, preso entre su soberbia –que lo obliga a negar todo aquello que lo supere, todo aquello que no pueda dominar–, y su irresistible vocación de infinitud, busca dónde encontrar una salida que le permita honrosamente no renunciar a su apostasía “antimetafísica” pero satisfacer sus ansias de trascendencia.
Y para eso, la reflexión sobre el lenguaje es el campo ideal. Algo específicamente humano, cultural, que el hombre sabe y reconoce como propio. Que (cree) está bajo su control.
Sólo precisa un mínimo esfuerzo: negando una que otra evidencia, soslayando esta y aquella pregunta, tiene el hombre un campo fértil para volcar –sin remordimientos iluministas– toda su potencialidad de infinito.
Hoy, la Palabra es Dios.
Pero hay un problema que el hombre moderno no parece haber advertido: Si la palabra es Dios, quiere decir que Dios es la Palabra.
Entonces, volvimos al comienzo, al comienzo de los comienzos:
“En el principio estaba el Verbo, y el Verbo era Dios...”
Extraños caminos los de la mente humana...
Palabra
Palabra, voz exacta
y sin embargo equívoca;
obscura y luminosa;
herida y fuente: espejo;
espejo y resplandor;
resplandor y puñal,
vivo puñal amado,
ya no puñal, sí mano suave: fruto
Llama que me provoca;
cruel pupila quieta
en la cima del vértigo;
invisible luz fría
cavando en mis abismos,
llenándome de nada, de palabras;
cristales fugitivos
que a su prisa someten mi destino.
Palabra ya sin mí, pero de mí,
como el hueso postrero,
anónimo y esbelto, de mi cuerpo
sabrosa sal, diamante congelado
de mi lágrima obscura.
Palabra, una palabra, abandonada,
riente y pura, libre,
como la nube, el agua,
como el aire y la luz,
como el ojo vagando por la tierra
como yo, si me olvido.
Palabra, una palabra,
la última y la primera,
la que callamos siempre,
la que siempre decimos,
sacramento y ceniza
Octavio Paz
Buscando
En realidad estaba buscando otra cosa, para un comentario "mas leido" (así, a lo criollo), pero me encontré con este recitado. Alguna vez lo escuché, al pasar, en guitarreadas. Ni sabía de quién era.
Lo dejo, lo pego acá para que quede. Para que conste.
Porque, entre porteños, esto no existe (o casi, siempre hay excepciones, ya sé, no se ofenda). Y en el campo... ¿y en el campo?. Quizás sí, un poco más. Algo queda, pero mucho más quedan ganas de que quede, de que este interés genuino por el otro, en especial por los viejos, aún perdure.
Sé que Argentina está, en este aspecto, mejor que otros países. Pero me temo que es sólo porque somos mas jóvenes (¡más atrasados!; ¡más tercer mundo!).
¿Quiere hacer la prueba?. Le doy un método infalible. Fíjese, pregunte, escuche. Si en tal o cual pueblo no se les dice más "Abuelo" a todos los viejos, a cualquier viejo, la cosa está mal: ya está cerca el "geriátrico" y el "cementerio parque".
El remate
Falta el aire y sobran moscas,
este domingo de Enero.
El sol fríe las chicharras...
duerme un matungo azulejo...
Algunos pollos con árganas
están de picos abiertos.
En los charquitos de sombra
hay unas guachas bebiendo.
Por los caminos calientes
pasa la siesta en su lerdo.
Ojos azules de cardos
curiosean desde lejos,
y asoman por las goteras
ojos azules de cielo...
Todo es dulce de tan pobre...¡
Frente al rancho de estantéo
que anda con los cuatro codos
deshilachados de tiempo,
subasta un rematador
las pilchas de un criollo viejo.
Hay muchos interesados;
¡son vecinos todos ellos!,
muchachos que hasta hace poco,
le llamaban: el agüelo.
Recostao en el palenque,
los mira tristón el viejo:
han ido a comprar barato
cosas que no tienen precio...
Y piensa con amargura:
Ya no da criollos el tiempo...
-"¿Que vale este par de espuelas?"
Y las rodajas de fierro,
son como dos lagrimones
que llorasen por su dueño.
Con ellas salió a ganar
hace ya muchos inviernos,
la novia en un bagual blanco;
la vida en un bagual negro.
Los mozos suben la oferta:
-"Doy diez, quince, veinte pesos!",
Disputan como caranchos
el corazón del agüelo.
Al escucharlos, se pone
rojo de vergüenza el ceibo.
-"Son suyas las nazarenas"
dice a uno el martillero.
Le han vendido las lloronas
hoy, por desgracia! Hoy, tan luego
que en el palenque, la vida
ató su bagual más negro...
y piensa con amargura:
Ya no da criollos el tiempo...!
Sacan a la venta un poncho,
donde garúan los flecos,
para mojarle los ojos
al que se lo lleve puesto.
Tiene la boca zurcida
y lo gastó tanto el viento,
que al trasluz del calamaco
se ve la historia del dueño...
Guampas, chuzas y facones
lo cribaron de agujeros...
pero su filosofía
siempre le puso remiendos:
de día con un celeste;
de noche, con un lucero.
-Yo pago por esa pilcha
toda la plata que tengo!
-Subo una onza la oferta!
Si no hay quien dé más, lo quemo!
Entonces cae el martillo
en lo duro del silencio...
Un joven se lleva el poncho.
Y allí cerca el gaucho viejo
¡está temblando de frío
en una tarde de Enero!,
y piensa con amargura:
Ya no da criollos el tiempo...!
Así pierde en la bajada ,
lo que ganó en el repecho:
una a una, las ovejas;
pilcha por pilcha, el apero...
Quisiera salvar del lote
su mancarrón azulejo,
pa que lo agarre la noche
en un caballo estrellero.
No tiene más que uno...Y ése
se lo quema el martillero!
Allí termina el remate.
Cobró su cuenta el pulpero.
Aura sí: al verlo de a pie,
tan amargo, tan desecho,
todos los rumbos arrollan
los lazos de los senderos
y son cuatro pialadores
que están esperando al viejo:
en cuanto quiera salir,
lo van a dar contra el suelo!
Entonces, aquellos mozos,
se acercan a defenderlo
y el más ladino le dice
entre temblón y risueño:
-Todos compramos sus pilchas,
pa salvárselas, agüelo.
Aquí tiene sus espuelas...
Aquí tiene su azulejo..
Uno le trai en los brazos
igual que un niño, el apero
y otro le entibia las manos
con aquel poncho de flecos...
Y aquel, aquel que no compró nada
le estampa en la frente un beso
¡Porque sigue dando criollos,
muy lindos criollos, el tiempo!
De: Yamandú Rodríguez
De santos y de los otros
Es bueno ser santo. Es más, son buenos los santos. Pero lo que los hace buenos (y por ello amables en el sentido estricto de la palabra) es, creo, que precisamente ellos no se consideran santos.
Y si esto es así, la proposición inversa es también verdadera. Y por “afinidad ontológica” a esta proposición primera que es, si se quiere, sobrenatural, la otra también la será. Es decir, verdadera en grado sumo.
¿Y cual es proposición inversa? Que no existe nada peor (es decir, no-amable) que aquellos que se creen santos. Y no estoy aquí calificando a los que se creen y no lo son. Esos son el común, simple ganado rumiando su propio egocentrismo.
Los peores son los otros. Los que tienen buenos argumentos para creerse santos. Los que se destacan, por ejemplo, por su honestidad, ... y lo saben. Los que se saben con cierta autoridad moral para levantar el dedo acusador a sus hermanos, para despreciarlos en sus miserias, para condescenderlos “paternalmente”.
Esto es, crudamente, precipitarse en la soberbia. Y de ahí es difícil salir.
¿Y entonces?, si esta es la aspiración del ser humano, si la santidad es lo que todos queremos lograr ¿Qué se hace para no caer? ¿Qué se hace?.
La verdad es que no lo sé. Pero probablemente esto ayude.
Solo segundo
Pedí y esperé el morir
mas fue esperanza de pobre
y sigue la vida, sobre
el deseo de vivir.. .
No por exceso de luz
sino por falta extremada
llego al Nada Nada Nada
sin ser San Juan de la Cruz.
De todo lo que pedí
en mi vida a Dios orando
fui escuchado sólo cuando
pedí cosas contra mí.
Nací ya con la cadena
perpetua y ya condenado
a verme en punta acabado
antes de mediar faena
Pero si ése es el camino
del que no hace, mas consiente
me haré santo solamente
con aceptar mi destino.
El del mancebo que mudo
de una sábana cubierto
vio a Cristo que iba a ser muerto
la tiró y huyó desnudo.
Hoy Cristo sale a morir
para atestiguarlo, pues,
sigue mi vida, después
del deseo de vivir.
P. Leonardo Castellani
Encuentros y desencuentros porteños
Ayer por la tarde, como tenía tiempo, decidí volver caminando a mi oficina. Me gusta caminar Buenos Aires, está llena de sorpresas y lugares mágicos, íntimos. Y así fue, encontré otro. Está ubicado en Palermo, entre la zona de embajadas y grandes casas señoriales y el Museo de Bellas Artes (sí, hacia arriba; sí, antes de la plaza). Es una escalera, de piedra ya oscura y musgosa por el tiempo, algo derruida. Cuando ya estaba bajándola (lentamente, deteniéndome en los detalles, y en las luces, y en las sombras) me topé con ella. Flaca, esmirriada, maloliente, harapienta, con esa edad indefinida de años y años de dormir a la intemperie, requemada por el sol, con largas y profundas arrugas cruzándole la cara y los brazos.
Había instalado su campamento en un rellano de la escalera. Un silla de jardín enclenque, varios bultos envueltos en sábanas de colores, una cantidad indescriptibles de bolsas y bolsitas anudadas y, por supuesto, un perro.
Mi primer impresión fue (lo confieso) de desagrado. “Paseo interrumpido”, pensé, “No tengo ni una moneda para darle, voy a tener que dar la vuelta”. El perro me miró, sorprendido, y como confirmándome que ese lugar me era ajeno. “¡A quién se le ocurre instalarse a mendigar acá!, difícilmente pasen más de una o dos personas por día”.
Entonces, al hilo de esa idea, me di vuelta y la miré con más atención. No estaba esperando, no mendigaba; dormía, dormía profundamente; y plácidamente. Una sonrisa de recuerdos benévolos aparecía en su cara de cuando en cuando.
Empecé a pensar en los prejuicios y reacciones que nos provoca la ciudad, con sus agresividades, con sus miserias y sus vicios. Me reproché (me lo reprocho: no es sólo culpa de la ciudad, es falta de caridad, falta de amor) por eso. Y mirando la mendiga, mientras pasaba silencioso(y el perro me miró otra vez, porque ese lugar me era ajeno), para no despertarla, recordé esto:
Mendiga voz
Y aún me atrevo a amar
el sonido de la luz en una hora muerta,
el color del tiempo en un muro abandonado.
En mi mirada lo he perdido todo.
Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay.
Alejandra Pizarnik
Nuevos cambios
Parece que
Verso Converso tiró la toalla. Lástima, era uno de los blogs que más me gustaba (y encima ilustre). Lo doy de baja (espero que sea provisorio) y agrego uno nuevo que vale la pena, desde el título y el diseño al contenido:
Desde mi roble.
Nuevas recurrencias sobre sueños
Esa sensación de que el sueño carga en sí algo más, es común a toda la historia de la humanidad. La idea de que lleva mensajes a descifrar, puede vérsela todo a lo largo de la historia de la humanidad, desde las tragedias griegas y los textos bíblicos a, finalmente, el muy moderno psicoanálisis freudiano.
El caso de Freud es llamativo; muestra lo que hacen las preconcepciones cuando están profundamente arraigadas. El psicoanálisis, como toda disciplina del saber nacida en la modernidad, aparece bajo el sino de la cientificidad. Es decir, precisa autojustificarse como científica (lo que hoy día quiere decir “exacta”) para pretender ser tomada seriamente. Y este es, en definitiva, el gran esfuerzo de Freud y su escuela: probar que sus intuiciones tienen “base científica”.
Pero lo que pocas veces se advierte es que Freud pudo (supuestamente) establecer estas bases “científicas” gracias a los aspectos no científicos de su teoría. Es decir, sus intuiciones sobre los sueños (irracionales, en cuanto no justificables discursivamente) que fueron irreflexivamente aceptadas puesto que, como vimos, son comunes en toda la humanidad.
Por esto, paradójicamente, la cientificidad del psicoanálisis es, en el fondo, acientífica o, si se quiere, mágica. Comparte su lógica intrínseca con, por ejemplo, los mitos griegos.
Claro que esto no quiere decir, necesariamente, que sea falsa: eso sería colocarse en el punto de vista modernista de que lo único real es lo empíricamente constatable.
En fin. Después de toda esta estupidez pseudo-intelectual, vayamos a la poesía. Ella tiene, siempre, impresiones más perfectas y agudas sobre todo (tengo la firme convicción de que la poesía es el vehículo más idóneo para la percepción de la verdad –y de la Verdad–; pero de esto ya he hablado y, alguna vez, debería hablar de nuevo con más detalle). Por eso copio una poesía de Silvina Ocampo que describe un sueño que –creo– es, salvando los detalles, más o menos reincidente no sólo en ella sino en todo el mundo.
¿Por qué será?.
EL SUEÑO RECURRENTE
Llego como llegué, solitaria, asustada,
a la puerta de calle de madera encerada.
Abro la puerta y entro, silenciosa, entre alfombras.
Los muros y los muebles me asustan con sus sombras.
Subo los escalones de mármol amarillo,
con reflejos rosados. Penetro en un pasillo.
No hay nadie, pero hay alguien escondido en las puertas.
Las persianas oscuras están todas abiertas.
Los cielos rasos altos en el día parecen
un cielo con estrellas apagadas que crecen.
El recuerdo conserva una antigua retórica,
se eleva como un árbol o una columna dórica,
habitualmente duerme dentro de nuestros sueños
y somos en secreto sus exclusivos dueños.
En lo personal, no se que pensar. Es claro que, como dice Ocampo, los sueños parecen construidos de recuerdos, desarmados y vueltos a ensamblar entre sí por un constructor alucinado.
Pero si hacemos caso a esta creencia común en un lógica oculta de los sueños, pensar en que sólo están formados por retazos de memoria y que ahí se acaba su sentido y su destino parece una explicación algo pobre.
Entonces, quizás sea falsa la última estrofa, quizás sólo creemos (¿nos hacen creer?) que “somos en secreto sus exclusivos dueños”.
Divagaciones oníricas
Siguiendo con mi firme propósito, autoimpuesto hace un tiempo, de no hablar de poetas o poesías sino, al revés, de hablar de "cosas" a partir de la poesía tengo que reconocer que hoy, por sobre todo, tengo sueño.
Y como esto es así, como lo que principalmente me invade hoy es esta sensación de sopor y unas irrefrenables ganas de pegar la vuelta, llegar a mi casa y meterme de vuelta bajo las sábanas, se me ocurrió (la mente tiene sus caminos) hablar precisamente de eso, del sueño, y para ello es muy bueno esto de Amado Nervo que copio más abajo.
En especial para un viernes, temprano de mañana. Llego cansado, ha sido una una semana por demás larga; y, ya a esta hora, tan temprano, lo único que espero es ese momento (¡faltan tantas horas, tantas circunstancias!) en que pueda acostarme y dormir, dormir sin tiempo final, es decir, sin despertador.
Pero dejémosnos de divagaciones inútiles: para que el día termine tiene que, indefectiblemente, empezar; y en lo que respecta a mís pequeñas rutinas diarias, mi día no comienza realmente hasta que no escribo algo en este "blog" (y cuántas veces me he quedado sin escribir nada y con la sensación de que me habían privado de algo tan esencial como, por ejemplo, el café del desayuno).
Esta es, entonces, la poesía:
DORMIR
¡Yo lo que tengo, amigo, es un profundo
deseo de dormir!... ¿Sabes?: el sueño
es un estado de divinidad.
El que duerme es un dios... Yo lo que tengo,
amigo, es gran deseo de dormir.
El sueño es en la vida el solo mundo
nuestro, pues la vigilia nos sumerge
en la ilusión común, en el océano
de la llamada «Realidad». Despiertos
vemos todos lo mismo:
vemos la tierra, el agua, el aire, el fuego,
las criaturas efímeras... Dormidos
cada uno está en su mundo,
en su exclusivo mundo:
hermético, cerrado a ajenos ojos,
a ajenas almas; cada mente hila
su propio ensueño (o su verdad: ¡quién sabe!)
Ni el ser más adorado
puede entrar con nosotros por la puerta
de nuestro sueño. Ni la esposa misma
que comparte tu lecho
y te oye dialogar con los fantasmas
que surcan por tu espíritu
mientras duermes, podría,
aun cuando lo ansiara,
traspasar los umbrales de ese mundo,
de tu mundo mirífico de sombras.
¡Oh, bienaventurados los que duermen!
Para ellos se extingue cada noche,
con todo su dolor el universo
que diariamente crea nuestro espíritu.
Al apagar su luz se apaga el cosmos.
El castigo mayor es la vigilia:
el insomnio es destierro
del mejor paraíso...
Nadie, ni el más feliz, restar querría
horas al sueño para ser dichoso.
Ni la mujer amada
vale lo que un dormir manso y sereno
en los brazos de Aquel que nos sugiere
santas inspiraciones. ..
«El día es de los hombres; mas la noche,
de los dioses», decían los antiguos.
No turbes, pues, mi paz con tus discursos,
amigo: mucho sabes;
pero mi sueño sabe más... ¡Aléjate!
No quiero gloria ni heredad ninguna:
yo lo que tengo, amigo, es un profundo
deseo de dormir...
Y es cierto. Es que el sueño (y los sueños) tienen algo de inquietante, de ajeno, de supranatural (más allá de “la llamada Realidad”). Aún cuando del sueño no
recordemos “los sueños” dejan esa sensación de una intocable intimidad.
Es más, creo que es mejor no recordarlos. Sí, prefiero esa imposibilidad de relatar los sueños, que poder hacerlo. Siempre me turbó esa sensación de la vigilia inmediata al sueño, cuando uno trata de recordar (o contar) lo que ha soñado pero no puede asirlo en su totalidad, se escapan o se mezclan los detalles y la sucesión del relato.
Es una sensación casi tangible de que el sueño es de otro mundo, que pertenece a un universo tan ajeno y distante que, por más que lo intentemos una y otra vez, ni siquiera es posible describirlo con palabras... humanas.
Festividad hispánica
Hoy es la festividad de Nuestra Señora del Pilar, patrona de España. Copio algunas cosas recogidas desprolijamente por ahí.
Reina del cielo,
madre de amores,
hoy a tus plantas
traemos flores.
Y te pedimos,
Virgen hermosa,
que nos atiendas
en una cosa.
Dice mi madre
que aquí en la Tierra
sufre el peligro
de nueva guerra.
Y quiere el Papa
que niños buenos
la paz pidamos
y a ti roguemos.
¡Oh, Virgen pura!
que a la inocencia
tu amor escucha
con preferencia.
Atiende, madre,
lo que hoy pedimos;
pues confiamos
en tu cariño.
Haz que reine Cristo
en los corazones,
y su paz y su amor vengan
pronto a las naciones.
Que le conozcan
todas las almas,
y no habrá guerra,
ni lucha de armas.
Guarda esta Patria
que es la tuya.
¡Oh, Virgen bella!
que en el Pilar tomaste
posesión de ella.
Recordad que ella
siempre con sus misiones,
es la que a Cristo conquista
más corazones.
No miréis los defectos
que hoy nos la empañan,
por la flor que traemos:
¡salvad al mundo!,
¡salvad a España!
A la Virgen del Pilar
José María Zandueta Munárriz
(Décima)
Virgen del Pilar, te quiero,
te quiero, Virgen María.
Muy dura es la travesía,
muy pedregoso el sendero.
Tan difícil derrotero
no se puede superar
sin la ayuda singular
de nuestra Madre del Cielo,
amparo, guía y consuelo,
que es la Virgen del Pilar
A la Virgen del Pilar
Teresita Vázquez
Hoy es un día muy grande
a tus pies vengo a postrarme,
para implorar tu perdón.
Eres la madre de España
Y también del mundo entero.
“La que más altares tiene
madre de la Hispanidad,
todos llevamos con honra
en llevarte en nuestro pecho
somos tantos en llevarte
por los milagros que has hecho”.
A tus pies quiero postrarme
y darte gracias Señora,
que una guerra fratricida,
a todos nos enfrentó.
Pues tiraron una bomba
al Pilar de Zaragoza
solo hizo un agujero
en el techo de tu templo.
“Todos creen fue un milagro”
de los muchos que tu has hecho,
“pues la bomba fue potente
que lanzaron con tal saña”
pero a ti nada te hicieron
por ser la madre de España”.
La Hispanidad te venera
Virgen del Pilar bendita
Patrona del mundo entero.
Hoy lo demuestran las flores
depositando a tus pies,
no son solo aragoneses
los que te rinden honores,
es toda La hispanidad
por ser hijos de españoles.
De barcos
No me gustan los barcos al desayuno;
los prefiero nocturnos, bien tarde,
mal vestidos de luces algunos,
Acompañados con vino tinto,
rociados de horizonte.
Es que de mañana tienen esa impertinencia
de metales flotantes,
de herrumbres brillantes.
En cambio de noche tienen esa complacencia
de sombras distantes,
de luces viajantes.
Por eso en la cena son más digeribles,
y no de mañana, desperezados del alba,
plenos de luz y resolanas,
embebidos en café con leche,
embadurnados de arena agraviante.