De barcos
No me gustan los barcos al desayuno;
los prefiero nocturnos, bien tarde,
mal vestidos de luces algunos,
Acompañados con vino tinto,
rociados de horizonte.
Es que de mañana tienen esa impertinencia
de metales flotantes,
de herrumbres brillantes.
En cambio de noche tienen esa complacencia
de sombras distantes,
de luces viajantes.
Por eso en la cena son más digeribles,
y no de mañana, desperezados del alba,
plenos de luz y resolanas,
embebidos en café con leche,
embadurnados de arena agraviante.