Nuevas recurrencias sobre sueños
Esa sensación de que el sueño carga en sí algo más, es común a toda la historia de la humanidad. La idea de que lleva mensajes a descifrar, puede vérsela todo a lo largo de la historia de la humanidad, desde las tragedias griegas y los textos bíblicos a, finalmente, el muy moderno psicoanálisis freudiano.
El caso de Freud es llamativo; muestra lo que hacen las preconcepciones cuando están profundamente arraigadas. El psicoanálisis, como toda disciplina del saber nacida en la modernidad, aparece bajo el sino de la cientificidad. Es decir, precisa autojustificarse como científica (lo que hoy día quiere decir “exacta”) para pretender ser tomada seriamente. Y este es, en definitiva, el gran esfuerzo de Freud y su escuela: probar que sus intuiciones tienen “base científica”.
Pero lo que pocas veces se advierte es que Freud pudo (supuestamente) establecer estas bases “científicas” gracias a los aspectos no científicos de su teoría. Es decir, sus intuiciones sobre los sueños (irracionales, en cuanto no justificables discursivamente) que fueron irreflexivamente aceptadas puesto que, como vimos, son comunes en toda la humanidad.
Por esto, paradójicamente, la cientificidad del psicoanálisis es, en el fondo, acientífica o, si se quiere, mágica. Comparte su lógica intrínseca con, por ejemplo, los mitos griegos.
Claro que esto no quiere decir, necesariamente, que sea falsa: eso sería colocarse en el punto de vista modernista de que lo único real es lo empíricamente constatable.
En fin. Después de toda esta estupidez pseudo-intelectual, vayamos a la poesía. Ella tiene, siempre, impresiones más perfectas y agudas sobre todo (tengo la firme convicción de que la poesía es el vehículo más idóneo para la percepción de la verdad –y de la Verdad–; pero de esto ya he hablado y, alguna vez, debería hablar de nuevo con más detalle). Por eso copio una poesía de Silvina Ocampo que describe un sueño que –creo– es, salvando los detalles, más o menos reincidente no sólo en ella sino en todo el mundo.
¿Por qué será?.
El caso de Freud es llamativo; muestra lo que hacen las preconcepciones cuando están profundamente arraigadas. El psicoanálisis, como toda disciplina del saber nacida en la modernidad, aparece bajo el sino de la cientificidad. Es decir, precisa autojustificarse como científica (lo que hoy día quiere decir “exacta”) para pretender ser tomada seriamente. Y este es, en definitiva, el gran esfuerzo de Freud y su escuela: probar que sus intuiciones tienen “base científica”.
Pero lo que pocas veces se advierte es que Freud pudo (supuestamente) establecer estas bases “científicas” gracias a los aspectos no científicos de su teoría. Es decir, sus intuiciones sobre los sueños (irracionales, en cuanto no justificables discursivamente) que fueron irreflexivamente aceptadas puesto que, como vimos, son comunes en toda la humanidad.
Por esto, paradójicamente, la cientificidad del psicoanálisis es, en el fondo, acientífica o, si se quiere, mágica. Comparte su lógica intrínseca con, por ejemplo, los mitos griegos.
Claro que esto no quiere decir, necesariamente, que sea falsa: eso sería colocarse en el punto de vista modernista de que lo único real es lo empíricamente constatable.
En fin. Después de toda esta estupidez pseudo-intelectual, vayamos a la poesía. Ella tiene, siempre, impresiones más perfectas y agudas sobre todo (tengo la firme convicción de que la poesía es el vehículo más idóneo para la percepción de la verdad –y de la Verdad–; pero de esto ya he hablado y, alguna vez, debería hablar de nuevo con más detalle). Por eso copio una poesía de Silvina Ocampo que describe un sueño que –creo– es, salvando los detalles, más o menos reincidente no sólo en ella sino en todo el mundo.
¿Por qué será?.
EL SUEÑO RECURRENTE
Llego como llegué, solitaria, asustada,
a la puerta de calle de madera encerada.
Abro la puerta y entro, silenciosa, entre alfombras.
Los muros y los muebles me asustan con sus sombras.
Subo los escalones de mármol amarillo,
con reflejos rosados. Penetro en un pasillo.
No hay nadie, pero hay alguien escondido en las puertas.
Las persianas oscuras están todas abiertas.
Los cielos rasos altos en el día parecen
un cielo con estrellas apagadas que crecen.
El recuerdo conserva una antigua retórica,
se eleva como un árbol o una columna dórica,
habitualmente duerme dentro de nuestros sueños
y somos en secreto sus exclusivos dueños.
En lo personal, no se que pensar. Es claro que, como dice Ocampo, los sueños parecen construidos de recuerdos, desarmados y vueltos a ensamblar entre sí por un constructor alucinado.
Pero si hacemos caso a esta creencia común en un lógica oculta de los sueños, pensar en que sólo están formados por retazos de memoria y que ahí se acaba su sentido y su destino parece una explicación algo pobre.
Entonces, quizás sea falsa la última estrofa, quizás sólo creemos (¿nos hacen creer?) que “somos en secreto sus exclusivos dueños”.