14 noviembre 2005

Entre la Poética, el Ens y Marechal

Es absolutamente exacto e imposible de complementar lo dicho en Ens sobre la poética. Ya se lo había escuchado a su autor en alguna oportunidad y, quizás, es el motivo remoto de que exista Cuaderna.
No voy a glosarlo, no podría hacerlo. Sería decir imperfectamente lo que ya ha sido dicho de mejor manera y, por lo tanto, una forma de oscurecerlo.
Pero algo quiero decir. Porque si escucharlo en aquella oportunidad fue un germen de este blog, leerlo ahora es el acicate para que Cuaderna persista.
Sí, es cierto. La poética es una visión mejor. Una visión de cosas que no pueden ser vistas; o mejor, de lo que no puede ser visto en las cosas. De lo que no puede ser visto en las cosas a pesar de estar en las cosas.
Siempre me representé la poesía en una relación similar a la del cuerpo, el alma y el cuerpo glorioso después de la Vuelta.
El cuerpo, el que tenemos hoy está bien. Es decir, es el cuerpo que corresponde por naturaleza a esta alma en concreto. No es un complemento de ella, pero tampoco se le identifica.
Ahora bien, este cuerpo va a perecer. Tiene que hacerlo. Y será polvo, nada. Polvo.

Pero después está la Resurrección de los muertos. Y esa resurrección es en cuerpo y alma. En ese cuerpo y en esa alma, que cada uno tuvo en nuestro recorrer temporal. Pero la gran incógnita es el cuerpo: aquel cuerpo que tuvimos ya es polvo, nada. Y tiene que ser nuevamente.

No quiero hace especulaciones laberínticas sobre misterios, sobre cosas que no sabemos y no sabremos hasta que no haga falta saberlas.
Lo que quiero es trazar un paralelo, una imagen. En fin, poesía.

La operación de creación poética es (podría ser, quizás sea) un movimiento similar al de la transición cuerpo mortal–alma perviviente–cuerpo inmortal. Y el poeta hace aquí las veces de Dios.
Veamos. Imaginemos.

Las cosas están en el mundo según un particular modo de ser, que incluye su “estar en el tiempo” y ese logoi del que habla Eduardo. El primero, si seguimos con el paralelismo, es el cuerpo–mortal y el segundo el alma.
Esta unión es la que existe en el mundo: las cosas según están en él.
Además, estas cosas tienen otro modo de ser, un modo de ser según el lenguaje. En él, digamos, el cuerpo deja de ser aquel existente en el mundo, aquel capaz de ser percibido por los sentidos, para pasar a ser palabra. La corporeidad de la rosa se trastoca en la sonoridad de la palabra “rosa”.
Esta es una transformación “normal” de las cosas: pasan de ser cosas a ser palabras (cosas nombradas) sin perder nada de sí.

Pero cuando el que las nombra es el poeta, esto no es así. Por ese don, por esa gracia, el poeta crea otra relación de realidad.
Es que, si el poeta –como dije– es Dios, también es el Ángel de la Muerte.
Destruye esa unión de la cosa; no existe más la relación entre cosa-en-el-mundo y cosa-en-la-palabra (¡me faltan las palabras!).
De las cosas, el poeta sólo toma el alma. Prescinde del cuerpo.
Y, toma esa alma separada, ese espíritu que –por su misma naturaleza– es ajeno al tiempo. Y lo “carnaliza”, es decir, lo coloca en el Tiempo, pero en su pureza “espiritual”.
Lo que el poeta convoca no es la cosa en su existencia mundana sino el espíritu que informa esa existencia mundana, el espíritu solo y nada más que él.
Un espíritu que, por haber sido “traído”, ahora es temporal: el poeta lo ha temporalizado.
Por eso la poesía muestra las cosas desde una luz tan distinta. Por eso al leer a los poetas se tiene la sensación de redescubrir –bajo una luz distinta– cosas que parecían agotadas, que considerábamos ya conocidas.
Es que lo que muestran los poetas no son las cosas mismas, sino aquél espíritu que las informa. Y para mostrarlo es preciso que ese espíritu, de alguna manera, sea puesto en el tiempo, se haga tiempo (el hombre solo conoce el tiempo y las cosas en el tiempo).
Esa forma de hacerlo tiempo, de hacerse tiempo, es la poesía.
Entonces, la poesía es una suerte de lenguaje de signo divino, un código para el develamiento del ser de las cosas.
Sé que no me he explicado. Pero no creo que sea posible hacerlo mas que esto. Al menos no puedo hacerlo yo.

Nocturno
En el gastado corazón del Tiempo
se clavan las agujas de todos los cuadrantes.

Hay un pavor de soles que naufragan sin ruido:
la noche se cansa de enterrar a sus mundos.

¡Llora por los relojes que no saben dormir!
Las campanas se niegan a morder el silencio.
Tras un rebaño de horas
gastaron sus colmillos de bronce las campanas...

¡Ahora comprendo el viaje de tus cosas!
El sol ya no quería romperse en tus banderas.
Para mullir tu fuga, en el camino,
se desplumaron todas las águilas del viento.
Tus pasos clavetean
un gran tapiz de lejanía...
Son pájaros furtivos tus recuerdos:
amaban grandes ríos arbolados de muerte.

¡Estuche de palabras
donde guardar el roto muñeco de los años!
Nuestras anclas no muerden el fondo de las horas.
Los péndulos cabeceantes
dibujan negativas en la noche.

¡Tierra que nunca se gastó en mis pasos!
¿Qué historia contaremos a los días?
¿Cómo arriar el velamen
de las mañanas, ávido remero?

¡Todo está bien, ya soy un poco dios
en esta soledad,
con este orgullo de hombre que ha tendido a las cosas
una ballesta de palabras!
Marechal

Pero lo peor de esto es que este terrible poder es un don. Un don un tanto caprichoso, que se otorga aquí y acullá sin mucho método ni sentido. Y para colmo, un don que nos acerca mucho mas que los otros a la “imagen y semejanza”. Es una potencia creadora, en el sentido más preciso y exacto de la palabra. Una potencia de creación como la de Dios.
Y, libre albedrío dixit, estará en el poeta usarla o no usarla; usarla bien o mal. Pero esto, claro, es ya la difícil línea entre moral y poesía; entre moral y creación artística.
La sutil distinción entre adorarlo a Él o adorar ídolos, es decir, adorarnos en los ídolos.

Ídolo
Alfarero sobre el tapiz de los días,
¿con qué barro modelé tu garganta de ídolo
y tus piernas que se tuercen como arroyos?

Mi pulgar afinó tu vientre
más liso que la piel de los tambores nupciales.
He puesto cuerdas al arco nuevo de tu sonrisa
y engarcé dos noches en el sitio de tus ojos...

¡Ídolo de los alfareros!
Yo sé que redondeas el cántaro de la mañana
y lo pintas de sol
y lo llenas con una luz rota de pájaros.
Ídolo de los alfareros
que se sientan sobre el tapiz de los días...

He quemado a tu pie
la madera fragante de mi palabra.
El viento no deshojó todavía
un tulipán de música más bonito que tu nombre.

¡Haz que maduren los frutos
y que la lluvia deje su país de llanto,

ídolo de los alfareros
que se sientan sobre el tapiz de los días!

Si no mis odios bailarán
sobre la tierra de tu carne...

Marechal

La estrofa “he quemado a tus pies la madera fragante de mis palabras” resume lo que intento decir: el poeta, por el sólo hecho de serlo, está (y debe) rendir pleitesía a las cosas. Ahora, esta adoración puede ser o de las cosas como signo, como mediadoras de su Creador; o de las cosas mismas, como un fin en sí.
Porque todas las cosas reconducen a su Creador, a su Principio y Fin. Pero está en el hombre arrancarles este aspecto de su existencia, esta su condición de “hoja de ruta” a lo Divino. Y como el poeta mira a las cosas “mejor”, y las entiende en toda (sí, es cierto: en “casi” toda”) su complejidad existencial es quien corre mayores peligro de caer en sus redes, de perderse en ellas. Corre el peligro de prendarse de los cantos sirenaicos y no escuchar la melodía de las que estos cantos no son mas que el preludio. Puede olvidarse de La Canción Mas Antigua del Mundo: la que es anterior al mundo, la que creó el mundo.

La antigua canción
Yo cantara tus ojos en estrofas sutil
porque el arte me ha dado su lira de marfil;
pero al mirar tus ojos de un azul tan profundo,
solo sé la canción mas antigua del mundo...

Yo podría decir el frescor de tu boca
forjando con mis rimas una hipérbole loca;
pero cuando en la fiebre de tus labios me hundo
solo sé la canción mas antigua del mundo...

Es la eterna canción del eterno embeleso
y acompaña sus giros musicales el beso.
Los pájaros la dicen y la flor no la olvida,
porque es simple y es vieja lo mismo que la vida.

Mas ¡ay! entre tus labios, que sentido profundo
Si cantas la canción mas antigua del mundo!...

Marechal

Este comentario se ha convertido en una parrafada larguísima e intragable. Pido disculpas. El tema me interesa sobremanera y leerlo me ha traído a la memoria cosas que creía enterradas.El que quiera entender algo, que relea (en el orden en que las coloqué) las poesías de mas arriba. Marechal es la mejor manera de "entender a Aristóteles a través de Platón". Y, además, si algo de lo que he dicho es cierto, es mucho más fructífero leer a un poeta, antes que toda estas especulaciones caóticas y casi febriles.