01 septiembre 2005

Sobre poesía, ciudades y estrellas


Escuchaba recién, en el colectivo, una comentarista de radio que anunciaba no sé qué conjunción estelar que va a permitir ver, juntas y a simple vista, a Venus y a Marte (o algo así); y decía: “el que pueda, que al atardecer suba a una terraza o a otro lugar alto, y las va a poder ver”.
Me quedé pensando en esto que leí ayer y en ese “el que pueda”; y es cierto, en un lugar como Buenos Aires, el que pueda. A veces las grandes ciudades, son tan terriblemente crueles que hasta le roban a los hombres algo tan simple y básico como es el ver las estrellas, el mirar el cielo.
Por eso, salvo algunas excepciones, desdela literatura, la música, la poesía y el canto hasta la moral social y la religiosidad es siempre algo decadente en las ciudades. Esa decadencia, especialmente cuando es artística, a veces, resulta atrayente e incluso bella, en cierto sentido admirable (¿cómo es posible que haga esto -poesía, cuento, o lo que sea- con tan poco?.
Es por eso que, en el fondo, coincido con éste; me gusta el tango. Me gusta por lo que tiene de porteño: por la enérgica pintura del hombre, de lo peor del hombre. Es que es un canto auténtico, corrupto y decadente pero nuestro, como decía el P. Castellani.
Pero a la vez que no ha dado esta música, la ciudad nos ha quitado mucho. No podemos ver las estrellas (ni en el sentido material ni en el otro). Y como no podemos verlas, nos resulta imposible -por ejemplo- escribir algo como esto:

Noche
Durmió un sueño de lago,
Toda la santa noche cara al cielo, mi pueblo.

Lejanías ladradas, los suburbios,
Tremolaban la inútil protesta de los perros.

Un orvallo de luna
Humedecía el mundo, ropa que plancha el sol.

Largo verso de estrellas era la vía láctea.
¡Qué de huertos decían palabras de fragancia!

Brotaron salpullidos de grillos en la calma.
Llena de tics nerviosos la quietud parpadeaba

Mi corazón de arena se remansó en el sueño;
Sobre él paso tu imagen, brisa dulce y descalza.


Juan Oscar Ponferrada, poeta catamarqueño