12 agosto 2005

Hay que reconocer que la perorata de Saramago no pasó desapercibida. La escuché nombrar, en estos días, por lo menos cuatro veces. Y eso que (creo que alguna vez lo dije) no soy lector de diarios.
No voy a decir que me gusta, porque no me gusta. No voy a decir que el fautor esta cerca de creer en Dios, porque no lo está. De decir algo, tendría que decir esto. Pero...
Ese puño en alto, ese insulto contra un cielo que cree vacío, tiene su buena lectura para quienes creemos que está Lleno. Porque, a qué negarlo, cada tanto tenemos ganas de alzar ese puño, y cada tanto lo hacemos. Para increparlo por las mismas cuestiones, con las mismas preguntas.
Y a ellos les responden desde el cielo con un silencio absoluto (un silencio vacío). Y a los que creemos nos responde, con la respuesta a Job que -en cierto sentido- es la misma respuesta.
Y si la pregunta es la misma y la respuesta es la misma, ¿qué diferencia a uno de otro?.
Pues, que a ellos, la respuesta, les hace decirse esto:
Digamos que te alejas definitivamente
hacia el pozo de olvido que prefieres,
pero la mejor parte de tu espacio,
en realidad la única constante de tu espacio,
quedará para siempre en mí, doliente,
persuadida, frustrada, silenciosa,
quedará en mí tu corazón inerte y sustancial,
tu corazón de una promesa única
en mí que estoy enteramente solo sobreviviéndote.

Después de ese dolor redondo y eficaz,
pacientemente agrio, de invencible ternura,
ya no importa que use tu insoportable ausencia
ni que me atreva a preguntar si cabes
como siempre en una palabra.

Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche
desgarradoramente idéntica a las otras
que repetí buscándote, rodeándote.
Hay solamente un eco irremediable
de mi voz como niño, esa que no sabía.

Ahora qué miedo inútil, qué vergüenza
no tener oración para morder,
no tener fe para clavar las uñas,
no tener nada más que la noche,
saber que dios se muere, se resbala,
saber que dios retrocede con los brazos cerrados,
con los labios cerrados, con la niebla,
como un campanario atrozmente en ruinas
que desandara siglos de ceniza.

Es tarde. Sin embargo yo daría
todos los juramentos y las lluvias,
las paredes con insultos y mimos,
las ventanas de invierno, el mar a veces,
por no tener tu corazón en mí,
tu corazón inevitable y doloroso
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviéndote.


Mario Benedetti (ausencia de Dios)
Y a nosotros, esto:
No sé quién la lloró, pero la siento
(por su calor secreto y su amargura)
como brotada de mi desventura,
como nacida de mi desaliento.

Quizá desde un lejano sufrimiento,
desde los ojos de una estrella pura,
se abrió camino por la noche oscura
para llegar hasta mi sentimiento.

Pero la siento mía, porque alumbra
mi corazón sin esa luz sin tasa
que sólo puede dar el propio fuego:

Rayo del mismo sol que me deslumbra,
chispa del mismo incendio que me abrasa,
gota del mismo mar en que me anego.
Francisco Luis Bernárdez ("La lágrima")
Seguro debe haber ejemplos mucho mejores en cantidad. Es que el dolor duele a todos por igual, sólo cambia lo que cada uno hace de él.