26 agosto 2005

Construirla, lo que es construirla, no fui yo. Sólo la armé de vuelta (¡por tercera vez!). Es simple, casi rústica, de madera de pino, color blanca (tiza, se dice ahora) con bordes celestes.
Tan poco hábil soy para las tareas manuales que quedó mal, enclenque se balanceaba de un lado a otro. Tuvimos que llamar a alguien para que viniera a repararla.
Pero eso no es lo que importa. Es más bien el hecho, por lo simbólico.
Una tarde lluviosa, adentro. Mientras yo lidiaba con unos clavos rebeldes y un destonillador perezoso, mi primer hijo, el varón, azotaba reconcentrado una tabla impertérrita con su martillito de plástico, mientras me preguntaba insistente "¿Acá, papá?, ¿Acá?"; convencido de que estaba construyendo para su nueva hermanita una cuna que, hace ya cuatro años, en un día igual de lluvioso y gris, compre para él.

CUNA
Haz con tus propias manos
la cuna de tu hijo.
Que tu mujer te vea
cortar el paraíso.

Para colgar del techo,
como en los tiempos idos
que volverán un día.
Hazla como te digo.

Trabajarás de noche.
Que se oiga tu martillo.
"Estás haciendo la cuna"
que diga tu vecino.

Alguna vez la sangre
te manchará el anillo.
Que tu mujer la enjuague.
Que manche su vestido.

Las noches serán blancas,
de columpiado pino.
Harás según el árbol
la cuna de tu niño.

Para que tenga el sueño
en su oquedad de nido.
Para que tenga el ángel
en un oculto grillo.

La obra será tuya.
Verás que no es lo mismo.
Será como tus brazos
la cuna de tu hijo.

Se mecerá con aire.
Te acordarás del pino.
Dirás: "Duerme en mi cuna".
Verás que no es lo mismo.


José Pedroni