15 agosto 2005

Quizás suene un tanto irreverente. Pero, en una de esas sólo por afición literaria, antes que las devociones marianas siempre me gustaron más las prefiguraciones de la Virgen desgranadas todo a lo largo del Antiguo Testamento y, si se fuerza un poco más la nota, en toda la literatura pagana.
Y si digo que esta preferencia es por afición literaria es porque cada vez que leo alguno de estos textos antiguos no puedo dejar de pensar en que son algo así como metáforas de la Virgen. Imágenes que remiten a una realidad distinta de la que denotan inmediatamente, que traen reverberaciones de otra más profunda, más lejana. Piénsese, por ejemplo, en el mito del unicornio. Un ser fantástico, mágico y absolutamente indómito que sólo inclina su cabeza ante una joven inocente, vírgen...
SALMO Sal 44, 10bc. 11-12. 15b-16 (R.: 10b)

Es la reina, adornada con tus joyas y con oro de Ofir.

Una hija de reyes está de pie a tu derecha:
es la reina, adornada
con tus joyas
y con oro de Ofir.

¡Escucha, hija mía, mira y presta
atención!
Olvida tu pueblo y tu casa paterna,
y el rey se prendará de tu
hermosura.
El es tu señor: inclínate ante él.

Las vírgenes van
detrás, sus compañeras la guían,
con gozo y alegría entran al palacio
real.