09 septiembre 2005

Hierro I

El español José Hierro tiene algunas poesías absolutamente inentendibles. Uno las lee y no puede dejar de percibir lo maravilloso de las imágenes, de la cadencia, del clima. Pero no se entiende. O mejor, se entiende desde la perspectiva “racional” del entendimiento (entiendo lo que dice, entiendo cómo lo dice, entiendo lo que quiere decir), pero no se alcanza a comprender en toda su dimensión existencial qué es lo que quiere evocar.
Hasta que un día ocurre algo. Algo concreto, tangible; un suceso, un olor, una imagen, cualquier cosa. Algo que duele, o alegra, o entristece.
Y este hecho hace de disparador, cual si fuera una clave o una pieza faltante: da sentido a todo el conjunto, permite desentrañar el acertijo.
Y entonces, esa (cada una) poesía de Hierro adquiere todo su peso, su valor, su sustancia. Y se hace inolvidable.
Esta es la que me tocó hoy.
ALEGRÍA
Llegué al dolor por la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
un misterioso sol amanecía.

Era alegría la mañana fría
y el viento loco y cálido que embiste.
(Alma que verdes primaveras viste
maravillosamente se rompía.)

Así la siento más. Al cielo apunto
y me responde cuando le pregunto
con dolor tras dolor para mi herida.

Y mientras se ilumina mi cabeza
ruego por el que he sido en la tristeza
a las divinidades de la vida.