04 agosto 2005

Bien, de acuerdo. No me voy a olvidar. Pero hoy no.
Mientras tanto, se podría leer (releer, más bien) este cuento:

ESTAR CONTENTO
¡Ah, laguna Pipo, si volviese yo a verte una vez más, y pudiese besar tus orillas, mis canas se irían todas de mi cabeza y volverían a cantar en mi corazón los jilgueros de mi infancia! ¡Si te viese de nuevo como aquella mañana en que el sol saliente inflamaba tus inmensos aguazales azules sembrados de totoras y casi materialmente cubiertos por alfombras overas de innumerables aves acuáticas: flamencos rosas, patos blancos, caráus negros, chorlitos, biguás, gallaretas, quillas, tuyuyúes, tuyangos, siriríes, chajáes, teros y garzas que pescaban con inmensa algarabía!
Yo estaba contento y escuchaba al borde del agua las cosas que me decían todas las cosas...

–Quisiera poder caminar por la tierra –oí decir a una mojarra–, entonces sí que estaría contenta.
–¡Si yo pudiese volar! –silbó la iguana–.
–Nadar por el agua debe ser la gran felicidad –dijo un tero desembarrando elegantemente sus patas–.
–Tonterías –dijo un pato bachiller–. Yo camino, yo nado y yo vuelo, y sin embargo estoy profundamente descontento. Camino mal, chueco y desgraciado, y se ríen todos de mí. Nado mal, y no puedo alcanzar a la mojarra y tengo que comer gusarapos; vuelo mal y me alcanza en mi vuelo la escopeta. Mejor es saber una cosa bien que muchas mal. La felicidad consiste, a mi parecer, en tener todas las habilidades de todos los animales sin ninguno de sus defectos.
–Jay –dijo el Surubí asomando el hocico–, échele un galgo. La felicidad en esta tierra consiste en estar contento.
–¿Cómo se hace para estar contento con tantas penalidades?
–Para estar contento hay que estar contenido. En latín contento significa contenido. Hay que contenerse con gran fuerza dentro de los límites del charco en que Dios nos puso. La mitad de mis paisanos pasan una vida perra por andar buscando el mar cuando Dios los puso en la laguna. Hay que saber caber en su molde y apretarse adentro de la propia horma, y hacer el gusto a lo poco, mis hijos.
–Esas son teorías –dijo el Sirirí.
–¿Teorías? –replicó el Surubí muy enojado, asomando la aleta pinchuda y el lomo overo–. ¡Teorías son las de ustedes! Yo he sufrido mucho y cuando uno sufre, sólo la verdad ayuda, y las teorías se apagan. Yo no he nacido en este barrizal, sino allá en el río Amores, que es un paraíso. Un día, una inundación me trajo aquí y yo que era joven y desprevenido no noté cuando el canal se secaba, y se secó y me cortó y me dejó en la laguna. Yo no soy pescado de barrial y pensé al principio morirme de dolor en esta pobreza. Lloré, grité, maldije, salté afuera a la playa, con peligro de ahogarme y me golpeé la cabeza contra todas las totoras y los duraznillos. Un día entendí que recalcitrar era al ñudo y resolví explorar en todos los sentidos las posibilidades de la pobreza en que Dios sin remedio me había encerrado, hasta tocar el límite de arriba y el de abajo y los límites de todo el circuito horizontal. Viajé y trabajé y el trabajo me templó. Vi que no era tan pequeño el charco como mi dolor lo había exagerado y que para los años de vida que me quedan, al fin y al cabo, iba a durar sin secarse. ¿Ustedes creen que alguna vez no se acongoja mi corazón queriendo locamente volar por los aires hasta mi río natal espléndido que él siente murmurar dulcemente atrás de aquellos pajonales? Pero yo lo aprieto fuertemente por medio de la resignación. Y lo hago estar contento y contenido en este charco, con el trabajo, con hacer bien a todos, con los escasos placeres de este barrizal... y con la esperanza de... ¿quién sabe? ¿Por qué no puede venir un día otra inundación que me abra el camino del río inmortal para siempre? Si yo me muero antes, me basta con esta vida a la que me he acostumbrado; pero, ¿quién me quita a mí la esperanza de esperar la otra?

El Surubí se estaba metiendo en muchas filosofías y a mí la humedad me estaba haciendo mal. Me levanté, le tiré un cascotazo al pato sirirí y todos los acuátiles se zambulleron y toda la bandada se levantó de un golpe, sacudiendo el ambiente purísimo con el aletear repentino y unánime de sus rémiges poderosas.
LEONARDO CASTELLANI.
CAMPERAS.

Y, para no traicionar la "estética" de este blog, esta poesía:

Señor ¿piensas que puedo sin contigo
vivir en el desierto del deber?
Yo no puedo vivir sin un amigo
y soy sediento peor que una mujer.
Pronta es mi voluntad, siempre lo digo
y es tuyo mi querer, pero en mi ser
ocupa una región el enemigo
y una cosa es querer y otra es poder.
Tiemblo de mí en el tiempo y la galbana
de tu ausencia; estoy muerto, me has herido
demasiado, golpeado demasiado,
Plomo en el ala y en la testa cana
plomo, haré un disparate maldecido
si faltas demasiado de mi lado...
Señor, si al fin voy a morir mañana...


Manresa, 1 de noviembre de 1947.