03 agosto 2005

No traje a este blog todavía nada de Lugones; a pesar de que, en mi opinión, es el Gran Poeta Argentino.
Sí, sé que parece un tanto recargado y ampuloso. Pero, precisamente (por más que nos cueste reconocerlo) así es el argentino. Y precisamente porque esas son nuestras características ponemos tanto énfasis en negarlas, en atribuirnos otros supuestos defectos que consideramos mas interesantes y llamativos.
Porque confesémoslo: es mucho más interesante decir que somos una nación que ha perdido su "ser nacional" por un desmedido afan cosmopolita, por estar siempre mirando a Europa (o a los Estados Unidos, o a quien sea) que reconocer llanamente que no somos más que unos perdularios a quien nos deslumbran las cuentas de colores, por el sólo hecho de que alguien nos asegura que son "exclusivas".
Y esta crítica no tiene diferencias políticas, ni ideológicas, ni filosóficas. Vale para todos. Es tan imbécil "comprar" creyendo que aquello que nos ofrecen es moderno, ló último en existencia (y no estoy hablando de cosas materiales, sino también de ideas, opiniones, etcétera) como hacerlo porque, nos dicen, tiene el lustre de lo antiguo, lo venerable, lo "tradicional".
Todo esto se soluciona, si se quiere, fácilmente ejercitando nuestra capacidad crítica. Pero para eso hay que saber qué somos, cuáles son nuestras tentaciones. Y si aceptamos esa nuestra condición, digamos,... barroca, y hacemos de ella materia prima, podemos hacer algo tan espectacularmente elegíaco como esto:

A LOS GAUCHOS

Raza valerosa y dura
que con pujanza silvestre
dio a la patria en garbo ecuestre
su primitiva escultura.
Una terrible ventura
va a su sacrificio unida,
como despliega la herida
que al toro desfonda el cuello,
en el raudal del degüello
la bandera de la vida.

Es que la fiel voluntad
que al torvo destino alegra,
funde en vino la uva negra
de la dura adversidad.
Y en punto de libertad
no hay satisfacción más neta,
que medírsela completa
entre riesgo y corazón,
con tres cuartas de facón
y cuatro pies de cuarteta.

En la hora del gran dolor
que a la historia nos paría,
así como el bien del día
trova el pájaro cantor,
la copla del payador
anunció el amanecer,
y en el fresco rosicler
que pintaba el primer rayo,
el lindo gaucho de Mayo
partió para no volver.

Así salió a rodar tierra
contra el viejo vilipendio,
enarbolando el incendio
como estandarte de guerra.
Mar y cielo, pampa y sierra,
su galope al sueño arranca,
y bien sentada en el anca
que por las cuestas se empina
le sonríe su Argentina
linda y fresca, azul y blanca.

Luego al amor del caudillo
siguió, muriendo admirable,
con el patriótico sable
ya rebajado a cuchillo;
pensando, alegre y sencillo,
que en cualesquiera ocasión,
desde que cae al montón
hasta el día en que se acaba,
pinta el cub de la taba
la existencia del varón.

Su poesía es la temprana
gloria del verdor campero
donde un relincho ligero
regocija la mañana.
Y la morocha lozana
de sediciosa cadera,
en cuya humilde pollera,
primicias de juventud
nos insinuó la inquietud
de la loca primavera.

Su recuerdo, vago lloro
de guitarra sorda y vieja,
la patria no apareja
preopación ni desdoro.
De lo bien que guarda el oro,
el guijarro es argumento;
y desde que el pavimento
con su nivel sobrepasa,
va sepultando la casa
las piedras de su cimiento.


O tan maravillosamente simple, entrañable y casi infantil como esto otro:

EL HORNERO

La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.

En la sala, muy orondo,
el padre guarda la puerta,
con su camisa entreabierta
sobre su buche redondo.


Lleva siempre un poco viejo
su traje aseado y sencillo,
que, con tanto hacer ladrillo,
se la habrá puesto bermejo.

Elige como un artista
el gajo de un sauce añoso,
o en el poste rumoroso
se vuelve telegrafista.

Allá, si el barro está blando,
canta su gozo sincero.
Yo quisiera ser hornero
y hacer mi choza cantando.

Así le sale bien todo,
y así, en su honrado desvelo,
trabaja mirando al cielo
en el agua de su lodo.
Por fuera la construcción,
como una cabeza crece,
mientras, por dentro, parece
un tosco y buen corazón.

Pues como su casa es centro
de todo amor y destreza,
la saca de su cabeza
y el corazón pone adentro.

La trabaja en paja y barro,
lindamente la trabaja,
que en el barro y en la paja
es arquitecto bizarro.

La casita del hornero
tiene sala y tiene alcoba,
y aunque en ella no hay escoba,
limpia está con todo esmero.

Concluyó el hornero el horno,
y con el último toque,
le deja áspero el revoque
contra el frío y el bochorno.

Ya explora al vuelo el circuito,
ya, cobre la tierra lisa,
con tal fuerza y garbo pisa,
que parece un martillito.

La choza se orea, en tanto,
esperando a su señora,
que elegante y avizora,
llena su humildad de encanto.

Y cuando acaba, jovial,
de arreglarla a su deseo,
le pone con un gorjeo
su vajilla de cristal.


Claro que el precio de esta asunción de nuestra condición puede ser muy caro. Y creo esta aceptación es la que hizo caer a Lugones en la desesperanza (en el sentido más preciso del término) que lo llevó a esa -al decir del P. Castellani- "muerte de sirvienta". Y ya que lo mentamos, me parece que Castellani también logró esa aceptación... y -aunque con más éxito que Lugones- tampoco salió inmune.
Pero esto es para hablarlo otro día.