08 agosto 2005

Cuando empiezo un libro nuevo, en especial si es de poesía, me gusta, primero, disfrutarlo, presentirlo.
Por eso no empiezo, como debería ser, desde el principio. Prefiero mirarlo de punta a punta, como quien mira un cuadro; recorrer el índice; tentarme con algún título y espiarlo.
En ese trance estaba el sábado y este recorrido me llevó a una poesía en particular. No por lo que prefiguraba su título sino por la imagen que me trajo a la memoria.
Siempre me gustó la pintura de Boticelli de "La Virgen del libro", la que usa la Exposición del Libro Católico como leiv motiv.


Tiene algo de... irregular, podríamos decir. Un Cristo niño y a la vez adulto, niño con gestos y posturas de adulto. Y que en esa postura, mira a su madre (a la Madre) en actitud expectante, esperando su palabra, la lectura de ese libro que ella tiene ante sí. Esperando aprender.
Porque de eso se trata. Esa es la irregularidad. El pintor muestra al Señor, al Maestro, en actitud "discipular", atento a la sabiduría que va a recibir de su maestro, de su maestra.
Y la pregunta será, entonces ¿Qué puede enseñársele (aún la Virgen María) a quien todo lo sabe, a quien todo lo enseña?.
Ésta es, quizás, la respuesta:

A la Virgen con libro
Señora, un libro entre las manos
tenías cuando el Ángel
bajó para anunciarte
que el Hijo te llegaba

¿Aprendías acaso,
que ser madre
no es concebir
tan sólo con la carne,
sino preñarse
de palabras diestras;

ser acequia de voz,
de voz clemente,
de voz apaciguada;
volver cada vocablo
una represa
que embalse
el sufrimiento,

y las injurias,
o el instrumento
que proclama
el acunado amor?

Tal vez, mientras leías,
supiste que ser madre
es tornarse el seudónimo
del libro
que Otro escribe,
y es acuñar palabras
y es acuñar silencios
cuando, sin presagios,
del Ángel
irremediablemente
se ve partir
a cada hijo
hacia su gólgota o su cielo.

María Elena Vigliani de la Rosa
El fondo de la luz