23 febrero 2005

No hay mucho que comentar, palabras ya hubo muchas y no voy a terciar en ese palabrerío.
Queda el hecho desnudo de un hombre que sufrió y murió mansamente. A uno le retiembla el corazón de sólo pensar tanto dolor. ¿Y ahora qué?. Creo que lo de San Agustín es lo mejor, lo más claro.
No llores por mí si me amas. Si conocieras el misterio insondable del cielo donde me encuentro...! Si pudieras oír el cántico de los Ángeles y verme entre ellos...si pudieras ver con tus ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso...Si pudieras por un instante contemplar como yo esta luz que todo lo alcanza y lo penetra, jamás llorarías por mí.
Créeme, yo confronto en esta nueva vida las cosas del tiempo pasado, y me resultan pequeñas y e insignificantes.
Te recuerdo que te amo como te amaba antes cuando todo era fugaz y limitado. Y cuando tu muerte venga a romper tus ligaduras duras, cuando llegue el día que Dios ha fijado y tu alma venga al cielo en que te he precedido, ese día volverás a verme...Y avanzaras conmigo por los senderos nuevos de la luz y de la vida eterna.
Por eso, si realmente me amas, no llores por mí, yo estoy en paz.


A veces las personas más inesperadas pueden darnos una que otra lección. Esto tendría que haber sido un cuento, una fábula mejor. Pero no lo fue. Quizás algún día lo sea.