14 febrero 2006

¿Por qué doblan las campanas?

¡Ah sí; campanas!. Gracias a estos tres posts por el recuerdo... y a los últimos dos los envidio sanamente. Nunca me tocó ser campanero. ¡Cómo me hubiera gustado!, aún hoy daría cualquier cosa por tocar las campanas en una iglesia de por aquí, cualquiera (las de Inmaculada Concepción de Tigre; o las del Convento de las Benedictinas de San Fernando).
No sé que tendrán. A nadie le es inmune. De alguna manera, por alguna razón, las campanadas deben hacer eco en alguna fibra íntima de las personas, algo perturban dentro de uno.
Quien sabe, quizás por eso estén desapareciendo. Despabilan, despiertan, nos ponen en marcha.
Y, hoy, eso está mal. Hoy se impone vivir anestesiado.

Y, siguiendo mi vicio consuetudinario, Juan Ignacio, Hache y Finitud, además de campanadas, me trajeron a la memoria esta poesía (costó encontrarla).
Las campanas
Yo las amo, yo las oigo
cual oigo el rumor del viento,
el murmurar de la fuente
o el balido del cordero.

Como los pájaros, ellas,
tan pronto asoma en los cielos
el primer rayo del alba,
le saludan con sus ecos.

Y en sus notas, que van repitiéndose
por los llanos y los cerros,
hay algo de candoroso,
de apacible y de halagüeño.

Si por siempre enmudecieran,
¡qué tristeza en el aire y el cielo!,
¡qué silencio en las iglesias!,
¡qué extrañeza entre los muertos!

Rosalía de Castro