06 febrero 2006

Alegoría, confesión y blogs

Estuve, durante estas vacaciones, leyendo algunas cosas sobre la alegoría (ya comentaré el libro aquí). Y, como siempre que me “meto” en un tema, empiezo a descubrirlo en todos lados.
Y llegué a la exagerada conclusión de que la razón humana, además de “raciocinar” analógicamente, lo hace también (especialmente en termas morales) alegóricamente.
Por ejemplo, hablamos de “nuestra” pereza, de “nuestra” voluntad, de “nuestra” inteligencia” como si fueran objetos o seres que son nuestros pero no son nosotros mismos. Y en realidad no es así, sino que somos nuestra pereza o nuestra inteligencia, o lo que sea.
Esto tiene sus pros y sus contras.
Es bueno porque nos permite objetivar nuestros defectos y virtudes y, a partir de allí, analizarlos, y cambiarlos si cabe.
Es malo porque así nos pensamos “alejados” de ellos y, especialmente en lo que a nuestros vicios y pecados se refiere, tendemos a juzgarlos con mayor benignidad creyendo que nuestro juicio es objetivo y, valga la redundancia, justo.
Trasladamos nuestro error a esta especie de entelequia que creamos.
La culpa no es nuestra, es de la envidia “que me invadió” o del odio “que me asaltó”.

Porque es una objetivación de nuestros sentimientos más íntimos, este tipo de alegoría es un recurrente tema poético (la poesía es precisamente eso: objetivar, poner en papel, los sentimientos y la visión del mundo del poeta).
Por ejemplo, en ésta de Victoria Ocampo.
Al rencor
No vengas, te conjuro, con tus piedras;
con tu vetusto horror con tu consejo;
con tu escudo brillante con tu espejo;
con tu verdor insólito de hiedras.

En aquel árbol la torcaza es mía;
no cubras con tus gritos su canción;
me conmueve, me llega al corazón,
repudia el mármol de tu mano fría.

Te reconozco siempre. No, no vengas.
Prometí no mirar tu aviesa cara
cada vez que lloré sola en tu avara
desolación. Y si de mí te vengas,

que épica sea al menos tu venganza
y no cobarde, oscura, impenitente,
agazapada en cada sombra ausente,
fingiendo que jamás hiere tu lanza.

Entre rosas, jazmines que envenenas,
¿por qué no te ultimé yo en mi otra vida?
Haz brotar sangre al menos de mi herida,
que estoy cansada de morir apenas.
En síntesis: esta idea de “deshacernos” de nuestros vicios mediante su alegorización es muy buena... pero muy peligrosa.

Es más, probablemente la existencia de estos blogs de “temática personal” (como éste) tenga su causa profunda en esta necesidad humana de alegorizar nuestras miserias, nuestros pecados. Hablando de ellos, refiriéndonos a ellos como si fueran “ajenos” estamos intentando redimirnos; purificarnos al expulsarlos (alegoría, alegoría) de nuestro ser.

Extraña conclusión al correr de la pluma (o, mejor dicho, del teclado).
Resulta que la actividad “blogoide” tiene mucho que ver con la confesión. Decimos, hablamos; en fin, confesamos de viva voz nuestras ruindades a la máquina para librarnos de ellas.
El blog hace las veces del sacerdote, y el “ciberespacio” las de Dios.
Pero no hay quien otorge el perdón. No hay “ego te absolvo”.


Y tampoco hay Gracia, claro.