28 septiembre 2005

Como pájaros


Claro que hablar de poetas no tiene gracia. Pero hay una constatación indiscutible: de nada han hablado mejor los poetas que de ellos mismos.
Y que no se entienda mal, no es espíritu de cuerpo. Lo que ocurre es que se perciben como distintos, como fuera de lugar... y en general es cierto.
Y esto no quiere decir que haya que poner “cara de poeta”, o vestirse como un poeta, o despreciar la mundanidad porque se es poeta.
Pero hay como un tono distinto en el poeta. Ve las cosas, disfruta de las cosas igual que los demás. Es perfectamente compatible el ser poeta con un trabajo común y corriente, con salir con amigos, con jugar al fútbol, con pasarla bien en familia, con hablar en el café de política electoral o de las desgracias argentinas.
Pero hay un tono distinto.
De vez en cuando, en el medio de esa conversación, de ese horario de oficina, algo queda fuera de lugar. No es algo objetivo, externo. Es, más bien, un hilo del alma que se tensa demasiado; no se llega a romper, pero se tensa demasiado.
Por eso desprecio a los poetas con cara de poetas, que alardean su don como si fuera un trofeo, un signo de superioridad. Por eso también creo ver poetas en todos lados, escondidos, disimulados más bien. Con cara de oficinistas, con cara de burócratas, con cara de estudiantes. Esos que (imagino, presumo) cuando nadie los ve, garabatean libretitas mugrientas, minúsculas, que llevan escondidas en un bolsillo, en un maletín. Esos que (imagino, auguro) quizás nunca en su vida logren ver a sus creaciones a la luz del día, es decir, en papel impreso con tapa a todo color y todoslosderechosreservados.
Quizas Ud. conozca alguno. O mejor, no lo conozca en cuanto poeta, sino en cuanto “conocido” (ser amigo es más difícil) o compañero de oficina, o ex compañero del secundario, o...
Esos son los mejores. Sin duda.
Son como pájaros. Saben volar (muy alto, tan alto que no se los ve); pero les cuesta caminar.
Esto es, más o menos, lo que se dice acá:

EL ALBATROS
Por divertirse a veces suelen los marineros
cazar a los albatros, aves de envergadura,
que siguen, en su rumbo indolentes viajeros,
al barco que se mece sobre la amarga hondura.

Apenas son echados en la cubierta ardiente,
esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
sus grandes alas blancas abaten tristemente
como remos que arrastran a sus cuerpos pegados.

¡Este viajero alado, oh qué inseguro y chico!
¡Hace poco tan bello, qué débil y grotesco!
¡Uno con una pipa le ha chamuscado el pico,
imita otro su vuelo con renqueo burlesco!

El Poeta es semejante al príncipe del cielo
que puede huir las flechas y el rayo frecuentar;
entre mofas y risas exiliado en el suelo,
sus alas de gigante le impiden caminar.


Charles Baudelaire. Las Flores del mal

Versión de Ignacio Caparrós
(Ed. Alhulia. Colección "Crisálida", nº 20. Granada, 2001)