15 junio 2006

de noche

Anoche me desvelé. Culpa de tantas preocupaciones acumuladas. No es que sean importantes; todo lo contrario, son nimiedades (y quizás por eso me desvelan: las cosas importantes nos sepultan en el sueño del agotamiento).
Un rato, nada más. Di una vuelta por mi casa (¡tengo que hablar de mi casa!).
Se oían, del otro lado del paredón, dos voces. Y un entrechocar de vidrios: vasos, botellas.
Dos amigos, dos hermanos ¿quién sabe?. Voces cansinas, palabras sopesadas, seleccionadas con unción. Como si el silencio fuera la conversación y esas palabras, las pausas.
Cantó un pájaro (¿anida en mi olivo?). Dos piares, largos. Como para hacer constar su presencia.
Y me fui a dormir, ya tranquilo.
Nada como el silencio. En especial si se rompe con mesura y en la medida justa.
Dos voces íntimas y un pájaro. Nada más.
La medianoche
Fina, la medianoche.
Oigo los nudos del rosal:
la savia empuja subiendo a la rosa.

Oigo
las rayas quemadas del tigre
real: no le dejan dormir.

Oigo
la estrofa de uno,
y le crece en la noche
como la duna.

Oigo
a mi madre dormida
con dos alientos.
(Duermo yo en ella,
de cinco años.)

Oigo el Ródano
que baja y que me lleva como un padre
ciego de espuma ciega.

Y después nada oigo
sino que voy cayendo
en los muros de Arlès
llenos de sol...

Gabriela Mistral