27 abril 2006

Las cosas

El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,

un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde

una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,

ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.
Jorge Luis Borges
No tengo ni bastón, ni violetas (ni ajadas ni de las otras).
Pero es verdad: ¡cuántas cosas!.
Miro a mi alrededor. Pero siento un inexplicable pudor, me resisto a enumerar qué tengo acá, conmigo. Algunas de estas cosas me definen y, nombrarlas parecería ser, en cierto modo, nombrarme.
Aunque las diga por su nombre genérico.
Pero, veamos.
Hay un mate, frío; un encendedor anodino, igual a tantos.
Dos, tres,... seis libros.
Y láminas (yo también tengo láminas): San Jorge matando el dragón, una reproducción renacentista que conmemora el concilio de Florencia.
Mi portafolios viejo al lado de una lámpara (mi lámpara, que imita un candelabro).
Papeles, muchos papeles. Apuntes para clases, trabajos que corregir, cosas que tengo que leer (y que probablemente nunca voy a leer).

Y un crucifijo, claro.

Es curioso. De todas estas cosas puedo decir algo, de dónde vienen, quién me las dio. Por qué están acá.

A excepción del crucifijo.

Intento. Pero nada. No sé cómo llegó a mis manos, a esta pared.
Espero que Él sí sepa cuando me haya ido.
Rezo.