Las cosas
El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.
Jorge Luis Borges
No tengo ni bastón, ni violetas (ni ajadas ni de las otras).
Pero es verdad: ¡cuántas cosas!.
Miro a mi alrededor. Pero siento un inexplicable pudor, me resisto a enumerar qué tengo acá, conmigo. Algunas de estas cosas me definen y, nombrarlas parecería ser, en cierto modo, nombrarme.
Aunque las diga por su nombre genérico.
Pero, veamos.
Hay un mate, frío; un encendedor anodino, igual a tantos.
Dos, tres,... seis libros.
Y láminas (yo también tengo láminas): San Jorge matando el dragón, una reproducción renacentista que conmemora el concilio de Florencia.
Mi portafolios viejo al lado de una lámpara (mi lámpara, que imita un candelabro).
Papeles, muchos papeles. Apuntes para clases, trabajos que corregir, cosas que tengo que leer (y que probablemente nunca voy a leer).
Y un crucifijo, claro.
Es curioso. De todas estas cosas puedo decir algo, de dónde vienen, quién me las dio. Por qué están acá.
A excepción del crucifijo.
Intento. Pero nada. No sé cómo llegó a mis manos, a esta pared.
Espero que Él sí sepa cuando me haya ido.
Rezo.
Ahí anda mi voluntad.
Empeñada en otros asuntos bastantes mas prosaicos que este blog (como que se trata de lo relacionado con el sudor de mi frente); pero ahí anda. Camina.
Ya pasará por acá.
Hoy; es decir, después de ayer.
Hoy es como aquello que viene después del momento culmine. Es el silencio que sigue al final de una canción o un canto.
Un silencio que tiene silencio de fin, pero lejana melodía de recuerdo fresco, de disfrute pleno. De principio.
Hoy es el día que mas me gusta.
Es que la Pascua tiene ese crescendo, esa elevación expectante, ese agolpamiento –uno a uno– de los días previos tiene algo de tenso, de cuerda a punto de romperse (lunes santo, martes santo, miércoles santo –se acerca–, viernes santo –tristeza–, sábado santo –la calma del ojo de la tormenta–y domingo. Domingo.
Pascua de Resurrección. Final, culminación, acabóse.
La Historia ha girado en la esquina y comienza de nuevo.
Por eso me gusta el día de hoy.
La tensión se ha roto, la espera acabó. Es como un final de fiesta. Todos se han ido, solo quedan los dueños de casa, cansados, pero contentos.
La bella flor que en el suelo
plantada se vió marchita
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
De tierra estuvo cubierto,
pero no fructificó
del todo, hasta que quedó
en un árbol seco injerto.
Y, aunque a los ojos del suelo
se puso después marchita,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Toda es de flores la fiesta,
flores de finos olores,
más no se irá todo en flores,
porque flor de fruto es ésta.
Y, mientras su Iglesia grita
mendigando algún consuelo,
ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
Que nadie se sienta muerto
cuando resucita Dios,
que, si el barco llega al puerto,
llegamos junto con vos.
Hoy la cristiandad se quita
sus vestiduras de duelo.
Ya torna, ya resucita,
ya su olor inunda el cielo.
(Himno de la liturgia de las horas)
Dios ha resucitado apenas anteayer.
Y el domingo que viene, cuando el sacerdote eleve la hostia, sabré que no es la misma de la última vez.
El sacrificio se ha renovado.
Resurrexit.
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