21 julio 2005

Pero retrocedamos en el tiempo. Un poquito nomás; no mucho, casi nada. Por ejemplo, José María Pemán.
Tiene ese modo elíptico para hablar de las cosas de Dios, característico de occidente y -como decía ayer- tan característico del occidente cristiano, hoy día.
Insisto, esto no parece ser ni bueno ni malo. Sólo distinto. Trasluce un cierto pudor (¿respeto?, ¿devoción?) que impide referirse tan directamente a, por ejemplo, la Vírgen María.
Aquí va una:

BELLEZA SERENA
Única turbación y melodía
de tu belleza toda en paz lograda,
la fuga musical de tu mirada,
sobre la sabia y pura geometría
de tu cuerpo sin tacha, es una fuente
con dos chorros de luz, que habla de cosas
lejanas y de estrellas misteriosas
más allá de la Forma y del Presente.
Ciega, por eso, mi alma te desea
como una estatua, porque así, hecha idea,
nada turbe tu plástica armonía;
y así, ya sin lejanas alusiones,
como el jazmín serena al mediodía,
tu perfección serene mis pasiones.


Y aquí otra:

Como en el agua pura y remansada
se reflejan los juncos y las flores,
se refleja en tu frente inmaculada,
la Belleza increada
del Dios de los amores.
Y el pobre peregrino
que va por esta senda de dolores
en busca de un amor grande y divino
que calme su ambición y sus ardores,
mira en tus dulces ojos, Madre mía,
esa divina hartura
de Amor y de Hermosura,
que el corazón ansía,
esa felicidad augusta y plena
que hace en la tierra adivinar el Cielo,
esa quietud beatísima y serena,
esa embriaguez de gracia y de consuelo
que hace olvidar tristezas y pesares,
y es la hartura inefable y deliciosa,
con que embriagaba al rey de los Cantares.