Artifex vitae, artifex sui
De un guerrero uno espera que luche, y no se extraña si en esa lucha se extingue; de un poeta uno espera que cante, y tampoco se extraña si esto lo consume.
Pero cuando alguien es las dos cosas, cuando alguien es poeta y es guerrero, lo que se espera de él, quizás, no sea lo que ocurre. Y no es porque estas personas, con esta combinación de cualidades, sea distinta a todas las personas. El guerrero-poeta es, ay, también mortal.
Aunque desde la distancia en que uno lo mira, cree en su figura mítica e intemporal.
Pero, el otro día, se me ha muerto un poeta-guerrero.
Se me ha muerto un mito.
Tenía con él la mejor relación que se puede tener con lo mítico: lo conocía poco, apenas.
Esta distancia me era grata. Podía mirarlo en toda su dimensión, su altura.
Compartimos sólo un par de noches (me brindó alguna de sus noches). Los dos solos, mano a mano. Vino, frío, conversación. Algunos temas en común: la historia familiar, la literatura.
Nada más y todo eso.
Ahí entreví al hombre (en algún recuerdo, en alguna anécdota). Y, a mi ojos, no empequeñeció nada; al contrario.
Durante toda su vida, la Vida se le había puesto enfrente. Y, desafiante, la emprendió de un golpe. Nada lo arredró.
Me dejó la impresión de que ese hombre podía sopesar su historia por minuto. No tuvo tiempos muertos, cada instante valía lo suyo.
Hoy, pocos pueden jactarse de lo mismo. Quizás ninguno.
Habrá gente que lo conozca, y sabrá si estoy en lo cierto o exagero. Habrá quien escriba de él páginas reales, que lo pinten y lo traigan de vuelta.
Yo poco puedo decir; nada más que estas pobres impresiones de una visita rápida y algunas cosas, palabras e historias recogidas.
No sé qué habrá sido de su vida, no sé de sus errores, no sé de sus virtudes. Esto no es un juicio moral (¿quién se atrevería a hacerlo?) es, simplemente, una constatación: este hombre vivió como quería vivir.
Y eso es mucho; quizás Todo.
Quizás sea uno de los pocos que haya podido cantar, en el umbral, esto:
Pero cuando alguien es las dos cosas, cuando alguien es poeta y es guerrero, lo que se espera de él, quizás, no sea lo que ocurre. Y no es porque estas personas, con esta combinación de cualidades, sea distinta a todas las personas. El guerrero-poeta es, ay, también mortal.
Aunque desde la distancia en que uno lo mira, cree en su figura mítica e intemporal.
Pero, el otro día, se me ha muerto un poeta-guerrero.
Se me ha muerto un mito.
Tenía con él la mejor relación que se puede tener con lo mítico: lo conocía poco, apenas.
Esta distancia me era grata. Podía mirarlo en toda su dimensión, su altura.
Compartimos sólo un par de noches (me brindó alguna de sus noches). Los dos solos, mano a mano. Vino, frío, conversación. Algunos temas en común: la historia familiar, la literatura.
Nada más y todo eso.
Ahí entreví al hombre (en algún recuerdo, en alguna anécdota). Y, a mi ojos, no empequeñeció nada; al contrario.
Durante toda su vida, la Vida se le había puesto enfrente. Y, desafiante, la emprendió de un golpe. Nada lo arredró.
Me dejó la impresión de que ese hombre podía sopesar su historia por minuto. No tuvo tiempos muertos, cada instante valía lo suyo.
Hoy, pocos pueden jactarse de lo mismo. Quizás ninguno.
Habrá gente que lo conozca, y sabrá si estoy en lo cierto o exagero. Habrá quien escriba de él páginas reales, que lo pinten y lo traigan de vuelta.
Yo poco puedo decir; nada más que estas pobres impresiones de una visita rápida y algunas cosas, palabras e historias recogidas.
No sé qué habrá sido de su vida, no sé de sus errores, no sé de sus virtudes. Esto no es un juicio moral (¿quién se atrevería a hacerlo?) es, simplemente, una constatación: este hombre vivió como quería vivir.
Y eso es mucho; quizás Todo.
Quizás sea uno de los pocos que haya podido cantar, en el umbral, esto:
En paz
...................................Artifex vitae, artifex sui
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Amado Nervo